miércoles, 31 de agosto de 2011

AUTODEFENSA PSIQUICA

Existe el criterio entre los habituales escépticos en materia de comentarios
ocultistas y parapsicológicos, de que textos de la naturaleza del presente sólo responden a
oportunismos comerciales; la gente está sometida a presiones econ ómicas, sociales y
psicológicas tan propias de nuestra época que es difícil rastrear antecedentes en décadas
anteriores, el estrés y la angustia resultantes de este juego de tensiones yuxtapuestas
hacen desesperante la búsqueda de soluciones alternativas.
Por otra parte, vivimos en una sociedad netamente fetichista; tal es el
condicionamiento que se nos ha dado, que tomamos como una actitud usual buscar las
“culpas” de nuestros problemas afuera de nosotros. Y, como cualquier practicante de
meditación o Control Mental sabe, la verdadera raíz de nuestros conflictos está dentro de
nosotros, tan dentro que anida en nuestro propio inconsciente. En consecuencia, cuando
nos inclinamos a buscar a los culpables de nuestras desgracias “afuera”(la educación de
papá, la sobreprotección de mamá, un gobierno descarriado...) también tendemos a buscar
las soluciones “afuera”: así nos aferramos a símbolos religiosos –es indudable que la gente
común siente más fe cuando puede tocar la imagen de una virgen que cuando tiene que
visualizarla mentalmente o sentirla, experimentarla afectivamente– a “oraciones” cuyo
profundo significado esotérico ignoramos (de hecho, suele no interesarnos) simplemente
porque su carácter de rogativa, de pedido, alcanza para satisfacer las necesidades
egoístas que nos llevan a acordarnos de Él sólo cuando estamos en apuros.
Y cuando los problemas acosan, esta sociedad fetichista tiende a las soluciones
mágicas. En este sentido, según los críticos exégetas, debería ubicarse este material.
Pero lo cierto es que la realidad de este trabajo es exactamente lo contrario, porque
como su propio tí tulo lo expresa, es un compendio de técnicas de autodefensa. Es decir,
que alimentándose en el más fidedigno conocimiento ocultista, brinda técnicas personales
para oponerse al ataque directo sobre nuestra mente. Lo cual equivale a afirmar que el
enfrentamiento a la agresión subliminal no depende de mecanismos fetichistas sino de
aquellos estrictamente psíquicos. En cuanto a la naturaleza de esos ataques ya nos
referiremos a ello más adelante.
Lógicamente, comentarios como los que espero de mis detractores caben en
mentes que ignoren el gran arcano del Ocultismo: parten de la suposición de que como “no
existen” fuerzas psíquicas ni seres astrales o elementales, en consecuencia no pueden
existir ataques de ese calibre.
No es mi intención demostrar la existencia de esas fuerzas o esos seres. Supongo
que quien lee este trabajo ya ha recorrido el suficiente camino como para descubrir cu ánto
hay de cierto en estas afirmaciones y, al lector interesado, recomiendo la lectura de
algunos de los pasajes de mis ensayos sobre Ocultismo.
(Nota: Vea la serie de art ículos “Fundamentos Cient íficos del Ocultismo”en la revista semanal “Al Filo de la
Realidad”. Para solicitar números anteriores y/o para suscribirse, solicí telo gratuitamente a
alfilodelarealidad@ema i l . com)
Quizás sirva como reflexión saber que ni siquiera los detractores están a salvo de
tales ataques: en el terreno de los principios y leyes esotéricas, aunque no creamos en
ellas estamos inexorablemente sujetos a su devenir.
Lo que tal vez deberíamos preguntarnos es, ¿por qu é somos atacados?. Más allá
de la respuesta obvia (“porque existe el Bien y el Mal, porque tenemos enemigos, porque
ocupo el lugar, obtengo las cosas o conservo los afectos que otros desearían”) el fondo de
la cuestión roza terrenos de naturaleza filosófica tan profunda como la del alcance del libre
albedrío; o si el daño que se nos inflige tiene que ver o resulta ser el “pago” de deudas
pendientes. De hecho, no somos perfectos, y nadie nos puede asegurar que en algún
momento del pasado no nos hemos equivocado, o hemos dejado de actuar correctamente.
En síntesis, que hemos obrado mal. Pero para nuestra mecánica de autodefensa, su
primera regla, para efectivizarla, nos dice que: los miedos (y las culpas) abren agujeros
en nuestra coraza mental, por donde se filtra la agresión.
Por ello, debemos imponernos una revisión de nuestros conceptos de Bondad y
Maldad y a la luz de estos enfoques reveer nuestra vida y nuestros actos futuros.
El Bien, como Absoluto, no existe, como no existe el Mal absoluto. Quizás, ni
siquiera valores intermedios. Si Dios es omnipotente, omnisapiente, omnisciente (Todo
lo es, ya que es el Todo) entonces también es el Mal. Es Bien y es Mal (el “Abraxas”
esotérico) y si existe algo de divino en cada acto de bondad, también existe algo de
divino en cada acto de maldad. (“quien mata a un hombre es un asesino, quien mata
miles, un conquistador. Pero quien mata a todos es un dios”).
De otra forma, sólo sería “medio Dios”, y el poder de las tinieblas ser ía tan fuerte
como El, con lo cual ambos se equilibrarían mutuamente y ninguno podría jamás
prevalecer sobre el otro. No habría así Juicio Final alguno, y adorar a uno estaría tan
justificado como postrarse ante el otro. Este equilibrio, o anulación mutua de fuerzas, sería
totalmente pasivo, y ningún acto de Creación podr ía surgir de él, lo que precisamente no
condice con nuestra imagen de Dios.
Supongamos entonces que no existe ni el Bien ni el Mal, sino solamente “estados
de consciencia”. Es decir, tomamos consciencia del hecho. Pero estos estados de
consciencia son eminentemente, y por definición, receptivos. No son “actos”. Para que
haya “acción” (por ejemplo la evolución del hombre, si queremos adjudicársela a un acto
divino) debe existir alguna “fuerza”(en el sentido mecánico de la expresión).

He aquí lo que debe reemplazar en toda doctrina al Bien y al Mal. Las
“tendencias”, definibles como “impulsos”. En el caso referido hemos de identificar al
“impulso de Eros” (de vida) y al “impulso de Thánatos” (de muerte) que en Psicología
definiera Freud. Pero no cometamos el error de tratar de identificarlos con el Bien y el Mal,
ya que esos impulsos existen fuera del subjetivismo implícito en esos términos
considerando que, verbigracia, pueden ser equivalentes. Como indígena antropófago,
puedo matar a un hombre (Thánatos) para alimentarme, o para adquirir las cualidades de
coraje o sabiduría del enemigo muerto (Eros) lo que, en última instancia, es un honor para
el caído. Este hecho es, y no puede ser definido como “bueno” o “malo” por la limitada
óptica de un marco cultural determinado (en este caso el nuestro, donde solo está “bien”
matar cuando lo hacen quienes detentan un papel, visten uniforme u ocupan una
circunstancia que los distingue como dueños de la vida y muerte ajenas).
Como ejemplo, tomemos el caso de los seres humanos que asesinamos en las
guerras: ¿cuántos se ocupan de sepultar al enemigo abatido?. Comparados con los
caníbales rituales: ¿quién es más ético; ellos, que primitivamente le rinden un homenaje al
contrincante al devorarlo, o nosotros, que tal vez ni siquiera le dediquemos una mirada al
cadáver?.
Podemos decir entonces que en el hombre actúan “impulsos asépticos”. ¿Y en el
Universo?. ¿En la infinita mecánica celeste?.
Quizás los mismos, con lo que concluir íamos que todo el Cosmos es un ser vivo:
Dios, Abraxas, dios del Bien y el Mal. Del Todo y la Nada. De los extremos opuestos. En
síntesis, Dios sería yin-yang.
Estos cuestionamientos son de fundamental importancia a la hora de plantearnos si
vamos a actuar “correcta” o “incorrectamente”. En el terreno en que nos desenvolvemos,
esto hace referencia al efecto deseable (quizás distinto del esperable) en nuestras
invocaciones de ayuda. En efecto, ¿podemos tener idea clara del alcance de nuestros
actos “buenos”y “malos”?. Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de las
acciones (si es que la tienen), la sola intención no basta para “erotizar”o “thanatizar”una
acción.
Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos no a manejar “fuerzas”,
“santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales necesarias para
que “energías con motivaciones”(inteligencias) se den cita en el vórtice así creado. Esto es
fácil de aceptar si no perdemos de vista la concepción de que el Universo es el todo f ísico,
energético, mental y espiritual. Si hechos físicos pueden crear vórtices físicos (un potente
campo magnético atrae todo objeto ferroso, un “agujero negro” atrae toda materia y
energía) y crear efectos psicológicos o energéticos colaterales (el mismo efecto
electromagnético), ¿acaso un hecho mental no puede movilizar consecuencias mentales?.
En este sentido, obsérvese que personalidades sumamente poderosas (polí ticos,
religiosos, deportistas o artistas) suelen nuclear alrededor suyo mentes quizás más
débiles, aun cuando tomando individualmente cada una de esas mentes, las mismas tal
vez parezcan rebelarse contra ese condicionamiento. Pero vueltas al “campo” de la
personalidad potente, se sienten inexorablemente atraídas al v órtice. Volveremos más
adelante sobre la cuestión de los vórtices.
Ahora bien. Hemos deducido de todo lo anterior que actitudes inicialmente eróticas
pueden devenir en thanáticas, y viceversa. Yo me pregunto, entonces: cuando por ejemplo
encendemos velas para elevarnos, hacemos oraciones, rogamos en nuestra ignorancia
creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no descompensamos algo
en algún lugar?. Todo tiene su compensación yin y yang en el Universo, y aunque yo crea
estar haciendo algo “bueno”, en algún lado se puede completar su opuesto, es decir, se
tiene que detonar la polaridad complementaria, más aún cuando comprendo que si pido
ayuda, es que soy incapaz de alcanzar naturalmente lo que deseo. Soy incapaz, reconozco
mi inferioridad y la acepto, solaz ándome en ella.
¿A nadie le llamó la atención que en las últimas décadas, pese al “reverdecimiento”
espiritual, la violencia y la muerte han avanzado hasta límites insospechados en el
mundo?. ¿Cómo podemos estar seguros de que todo ello no es el resultado de la
acumulación de polaridades opuestas resultantes de las “buenas intenciones” de gran
parte de nuestros congéneres?. Ya lo dice el refrán popular: “el camino del infierno está
sembrado de buenas intenciones”.
¿Recuerdan el comentario al pasar sobre el libre albedrío?. Piensen en lo siguiente:
ustedes pueden desear ayudar a alguien; un amigo, un familiar, enfermo o en dificultades.
La intención es loable, qu é duda cabe, pero el hecho de tratar de ayudar, vale decir, de
intervenir para modificar una circunstancia ajena significa interrumpir dos cosas: por un
lado, el propio devenir kármico de ese individuo, y por otro, su libre albedrío, pues si el
esoterismo enseña que cada uno debe buscar individualmente su evolución (“al que tiene
hambre no le des pescado; enséñale a pescar”) es él quien debe buscar la solución a sus
problemas. Además no puede negarse que solucionarle los problemas a otro es una
actitud marcadamente involutiva, ya que como enseña una de las leyes fundamentales del
Universo, conocida como segunda ley de la Termodinámica o principio de Carnot, “el
devenir de la energía y la materia va de lo más organizado hacia la desorganización o la
desaceleración inercial” (también llamado principio de entropía) lo que significa que si
ustedes dan la solución a otras personas, éstas, imbuídas de facilismo, optarán por
depender permanentemente de que ustedes les provean las respuestas.
Por otra parte, cuando ustedes ayudan a alguien o le dan un consejo, por ejemplo,
sólo pueden estar seguros de una cosa: que la ayuda o consejo facilitados sólo serán
aquellos que ustedes tomarían por convenientes en el caso de ser de ustedes el
problema; pero como cada ser humano es un ente dinámico con contingencias muy
propias, es dable observar que nuestro familiar o amigo necesita soluciones a sus
problemas que, en el mejor de los casos, sólo se aemejarán a los nuestros en lo formal. En
síntesis: ¿quién puede atribuirse la capacidad casi divina de saber qué es lo más
conveniente para otra persona, cuando innumerables veces en la vida ni siquiera somos
capaces de discernir qué es lo más conveniente para nosotros mismos?.
El Tema de por qu é aunque creemos actuar “bien” la vida sólo parece
respondernos con disgustos y lágrimas, tiene, desde esta óptica y considerando las leyes
kármicas, otro significado. En algunas oportunidades, algunos estudiantes de esoterismo
se me han acercado acuciados por una pregunta común: ¿por qu é la historia enseña que
los “magos negros”(por llamarles de alguna forma) alcanzan el poder más fácilmente que
los “magos blancos”?. ¿Y acaso no es lógico?. El brujo alcanza quiz ás el poder terrenal,
dinero y ascendiente social (Dios llamó a Satan ás “príncipe del mundo”, porque El le dio el
reinado sobre la Tierra) pero indiscutiblemente pierde “posibilidades”espirituales. El mago
blanco, en cambio, quizás oscilará más sobre la pobreza o el anonimato, pero en este caso
el Reino de los Cielos es de él. Qué tanto le preocupe a estos estudiantes alcanzar (o no)
logros materiales sólo indica cuán distantes están aún del sendero correcto. En el caso de
quienes no son estudiantes esotéricos (el público en general) esa angustia es tan
disculpable como condenable es en quien hizo sus primeros pasos en el territorio oculto.
Un viejo adagio chino dice que tanto el imbécil como el sabio cometen los mismos errores.
La diferencia es que el sabio los comete una sola vez.
Finalmente, unas consideraciones para esos pobres seres que desesperan toda su
vida en hacer las cosas perfectas (lo que por naturaleza es un despropósito), acumulando
tanta frustración y angustia que al final del camino, sólo la infelicidad adorna su pasado. En
este sentido, la Filosofía Hermética enseña que el camino de superación espiritual no pasa
por hacer todo “bien”(lo que sería igual a “ser perfecto”) sino por hacerlo “del mejor modo
posible”... y no todas las circunstancias de la vida son iguales para todos. A veces es
necesario actuar “mal”(para la moral de otros) para que la justicia pueda imperar, para que
el efecto acumulativo de este acto beneficie a decenas o tal vez centenares de personas.
Como decía swami Vivekananda: ser justo no significa ser perfecto; el “hombre justo” no
es el que más medita, el que más trabaja o el que más ayuda. El “hombre justo” es el que
medita lo justo, trabaja lo justo y (lo importante es este “y”) ayuda lo justo”. Es decir, el
equilibrio.
¿Qué es más justo?. ¿Que una persona, por ejemplo, con la vocación de crear un
albergue para pobres, o un comedor escolar o un templo, evite perjudicar a un usurero
prestamista, con lo cual nunca llevará a cabo su proyecto (y centenares se perjudicarán)
pero quedando su consciencia tranquila por no haber “perjudicado” a ése uno?. ¿O
hacerlo, permitiendo así seguir adelante sus sueños?. Obsérvese que aquí lo único
reprochable no es el acto en sí, sino el propósito: si el perjuicio al usurero se hubiera
hecho con el objetivo egoísta de satisfacer un lucro personal, tal vez sí sería criticable,
pero ¿puede criticarse cuando lo que se lucra es para el bien de los demás?. Y si agregué
ese tal vez, es simplemente por el prurito de que me considero incapaz de juzgar las
causas primeras de las acciones de los demás.
Y yo pregunto: ¿quién puede?. No un juez, por supuesto; la capacitación
universitaria no da la claridad espiritual verdaderamente necesaria para el discernimiento;
sólo una preparación esotérica en ese sentido puede proveerlo.
Dos aclaraciones finales. La primera: ¿Es magia lo que aquí enseñamos?. La
respuesta es sí, siempre y cuando nos atengamos a la definición propuesta por el ilustre
Vicente Beltrán Anglada: “Magia es la capacidad de llenar de ideas el vasto campo
dinámico de la voluntad hasta convertirlas en formas objetivas que respondan
íntegramente a los propósitos del espíritu, sin la acción directa resultante de la
manipulación de medios fisicoquímicos o energéticos”.
La otra pregunta que pueden hacerse mis lectores es: ¿de dónde provienen mis
conocimientos?. Pues de donde deben provenir los conocimientos de todo ocultista: de la
erudición libresca y el an álisis sobre ello, de la práctica y de la intuición, los registros
Akhásicos o la Cábala No Escrita (a este respecto aconsejo remitirse a mi libro
“Fundamentos Científicos del Ocultismo”). Llegados a cierta altura del sendero, los
esoteristas no estamos seguros de dónde provienen algunos de nuestros conocimientos:
simplemente están ahí y luego resultan ser confirmados por el enciclopedismo. Es un
proceso muy similar al del iluminismo. Si los escépticos desconfían de este mecanismo,
sólo les opongo un encogimiento de hombros: problema de ellos.
Mis conocimientos se deben también a mi meditación sobre algunos de los
antiguos símbolos de nuestra filosofía. Como bien decía Dion Fortune: “cuando había
dudas sobre la explicación de alguna cuestión obstrusa, solían remitirse (los antiguos
ocultistas) al jeroglífico sagrado, y al meditar sobre él se descubría lo que otras
generaciones habían ocultado allí haciendo lo propio. Los místicos saben bien que si un
hombre medita sobre un símbolo con el que otrora, mediante meditaci ón, se
asociaron ciertas ideas, obtendrá acceso a esas ideas, aunque ese jeroglífico jamás
le hubiera sido explicado por quienes recibieran la tradición oral personal y
explayadamente”.
Llegamos así a una de las armas principales de la Autodefensa Psíquica o Mental:
la Programación Mágica. Que consiste en el uso de símbolos –una figura con significante,
también un mito, una imagen religiosa que sincretiza algo trascendente a lo que
popularmente se le asigna, etc.– como codificadores. La codificación en matemáticas
permite sintetizar datos en un símbolo. De hecho, códigos y símbolos conforman un
metalenguaje capaz de decir muchas cosas en poco texto, o, mejor aún, directamente al
inconsciente. Como dice mi colega el investigador Roberto Róvere: “La velocidad del
desarrollo contemporáneo comprime el lenguaje llevándonos a expresarnos en símbolos.
Así, encontrar en una ruta un cartel con un árbol al lado de un tenedor implica un conjunto
de asociaciones inconscientes que se traducen en un mensaje tan largo como : “A-Xkilómetros-hay-un-lugar-apto-para-acampar -o-descansar-con-un-modesto-restaurante”.
Quizás en esa misma dirección pensaba el psicoanalista argentino doctor Norberto Litvinoff
cuando escribió: “un símbolo es una máquina psicológica generadora y
transformadora de energías”. De donde concluyo que toda la información encerradacodificada en un símbolo esotérico pone en marcha poderosas fuerzas mentales tras el
objetivo a lograr. En ese sentido, una imagen de San Jorge, una vela, una fragancia, un
pentáculo, una visualización psíquica determinada, una oración, son símbolos.
CONTRA QUÉ LUCHAMOS
La experiencia diaria nos demuestra que, siendo el miedo hijo dilecto de la
ignorancia, lo que atacándonos puede cruzar nuestras defensas y perjudicarnos, es
aquello cuya naturaleza desconocemos. La primera condición para vencer a lo que nos
ataca es conocerlo. En consecuencia, antes de estudiar las técnicas defensivas,
analicemos cuáles son las naturalezas de nuestros atacantes.
Podemos distinguir las siguientes categorías:
1) Larvas astrales
2) Paquetes de memoria con alto contenido thanático
3) Otras sectas esotéricas
4) Técnicas mentales (vampirismo psíquico o energético)
5) Vórtices psicoespirituales
Larvas astrales: así como la evolución de la vida en el plano físico nos muestra una
increíble diversidad de niveles de complejidad biológica, así en otros planos constitutivos
del Universo existe la misma multiplicidad. Un error común en que suele caer el estudiante
de estas disciplinas, es suponer que los “seres” (por darles una denominación) que se
mueven en el plano astral, son de condición necesariamente superior al hombre, o
confundir los planos astrales con los esotéricos.
En cada plano (quizás entendamos mejor este concepto asimilándolo a la idea
cuasicientífica de “otras dimensiones”) también coexisten seres de distinto grado de
evolución. Tomemos el ejemplo de la biología física (por buscar una expresión que designe
al mundo percibido por los sentidos básicos) remitiéndonos a los parásitos, ya sean estos
animales o vegetales. El parásito vive en condiciones de singularmente egoísta simbiosis,
vive a expensas del organismo en que anida, fagocitándolo, creciendo y multiplicándose a
su costa, pero siendo incapaz de perpetuarse fuera de él. Su primitivo grado de
organización le impide la autosuficiencia o, en el mejor de los casos, sólo subsiste por sí
mismo durante lapsos exangües de tiempo.
En todos los planos y niveles del Universo existen parásitos; de hecho, deben
existir ya que si proclamamos como una ley esotérica el Principio de Correspondencia,
es necesario, para que éste exista, que se cumpla en todos los niveles; y cuando
afirmamos que en todos los microcosmos existen equivalencias correspondientes a todo
cuanto existe en el Macrocosmos, es que sólo este principio podrá afirmarse con validez
universal, si precisamente, observamos sus efectos a nivel universal.
Entonces tomemos un plano cualquiera. Por ejemplo, el mental o, más
exactamente, el inconsciente personal de cada ser humano, para no confundirnos con el
Inconsciente Colectivo, ese gran océano mental donde todos boyamos. ¿Es que acaso en
el inconsciente personal de cada uno de nosotros puede desarrollarse algo que podamos
llamar “parásitos mentales”?. Ya veremos que sí.
Todos hemos oído hablar en Psicología de los “complejos”; ese conjunto de
factores tanto congénitos como adquiridos que producen alteraciones de conducta. Ahora
bien, ¿cómo es que se forma y, lo que es más importante e interesante, cómo se
desarrolla?.
Supongamos que tomamos un ejemplo a partir de un niño. Como en todo ser
humano existen elementos en su personalidad que le son transmitidos genéticamente,
formando un conjunto de factores psíquicos propios a toda la humanidad y que conforman
lo que llamamos inconsciente colectivo. Esos factores son lo que llamamos arquetipos.
El psicólogo suizo Carl Gustav Jung demostró que en realidad anidan en nosotros
dos inconscientes; por un lado, el personal o individual, que es lo que define las
particularidades tipológicas (car ácter y temperamento) de cada uno de nosotros; es el que
nos hace diferentes unos de otros. Pero, por otra parte, todos tenemos un inconsciente
colectivo, o mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la especie humana.
La afirmación de que “todos los hombres somos hermanos entre nosotros”
encuentra en Jung una explicación psicológica. Todos integramos una memoria ancestral,
racial, una gran mente mundial, como un gigantesco cerebro que se reparte en inn úmeras
células independientes. Cada uno de nosotros somos una de esas células. Esa mente
omnipresente está en todos nosotros. ¿Y cómo sabemos de ella?. Muy sencillo.
Todos los seres humanos somos diferentes por acción de nuestros inconscientes
individuales. Pero, también, todos tenemos características comunes por nuestro
inconsciente colectivo. Estas características son los arquetipos e integran algo así como
una cédula de identidad del género humano. Son nuestros rótulos de identificación.
Algunos de ellos son:
– el arquetipo del Viejo Sabio (presente cuando afirmamos, por ejemplo, “tal cosa
es así –no porque yo lo razoné o así lo concluyo– sino porque lo dijo Fulano de Tal
(diplomado por una universidad X)”, o, en un nivel sociocultural menor, “tal cosa
debe ser verdad porque lo dijo la radio (o la televisión, o el diario)”. Anteponemos un
criterio de autoridad real o supuesto, delegando en un tercero la asunción de la
responsabilidad por nuestros decires;
– el arquetipo de la Gran Madre (la raíz de los cultos a la fertilidad y a la tierra
como diosa madre, presente en los fundamentos de todas las religiones, aun las
más modernas. Tal el caso del catolicismo donde encontramos una verdadera “raíz
pagana” en el culto de la Virgen. Y aunque duela a más de un oído cristiano,
debemos aceptar que esto es así , por varias razones: (1) porque el culto a la Virgen
como Madre de Dios no es privativo del catolicismo sino, de hecho, anterior en
milenios, tanto en oriente como en occidente; (2) porque las Ví rgenes adoradas en la
Edad antigua y la Baja Edad Media (es decir, cuando aún estaban próximos en el
tiempo los orígenes del Cristianismo) eran negras –como las que aún subsisten en
muchas partes de Europa, Centro y Sudamérica, como la Virgen de Caá Cupé en
Paraguay – y está demostrado que es sólo una transposición cultural del culto a Isis
y sólo pasan al “color” actual cuando en la alta Edad Media una bula pontificia,
eminentemente racista, identifica al “negro”con el demonio (tal el caso de los gatos)
para justificar el exterminio de musulmanes y africanos;
– el temor a la oscuridad (obvio en todos los chicos –y otros que no lo son tanto–).
El temor a la oscuridad es evidentemente ancestral, remontándose al tiempo en que
los homínidos (futuros hombres) cazaban de día, reyes de la pradera, pero en las
noches permanecían ocultos y aterrados, en árboles y cavernas, horas en que los
animales de presa salían a buscar su alimento y los cazadores pasaban a ser
cazados;
– el temor a lo desconocido (todo ser humano tiene miedo a lo que no conoce, y
por extensión puede interpretarse como el temor al cambio. ¿Cuántas veces nos
han ofrecido empleos mejor remunerados que el que poseemos, mejor status social,
más perspectivas y sin embargo... a último momento algo nos retiene, nos hace
dudar, algo intangible... Ya lo dice el refrán popular: “Más vale malo conocido que
bueno por conocer”. Si ustedes lo analizan, este dicho carece por completo de
lógica y sentido. Pero es verdadero, en tanto es popular, inconsciente... y
arquetípico);
– el instinto sexual (obvio en todos los seres humanos);
– el instinto de poder (también obvio en todos nosotros, así como su ant ítesis
inmediata, el Complejo de Inferioridad);
– la necesidad mágica (también llamada Necesidad Religiosa) que define esa
“religión natural”que anida en el hombre, como en él anida una “moral natural”.
El hombre es mágico, vale decir, religioso per se, aunque una educación racional lo
convierta en “ateo”, o en lo que a él le parece que es ser ateo, pues siempre se ha
formulado las preguntas básicas: ¿Existe Dios?. ¿De dónde venimos?. ¿Hacia dónde
vamos?. ¿Hay vida después de la muerte?. Y, muy especialmente, ¿Cuál es la razón, la
misión de mi presencia en La Tierra?.
Ahora volvamos al ejemplo del niño al que hiciéramos referencia antes de esta
digresión sobre arquetipos.
En este chico anida, como en todos, el arquetipo del Miedo a lo Desconocido y el
Temor a la Oscuridad. Cierto día (¿o deber íamos decir “cierta noche”?) regresa a su casa
más tarde que de costumbre y ocurre que alguien, un amigo o familiar, para gastarle una
broma pesada, lo espera agazapado detrás de un árbol, enmascarado... sorpresivamente
salta a su paso, con el susto subsiguiente del niño.
Ya se ha creado un complejo: el hecho traumático se incrusta en la vida psíquica
de ese niño, queda allí fijado (del término “fijación”) como una espina que no es extraída. Al
paso del tiempo ésta comienza a crear una infección que va extendiéndose,
multiplicándose las bacterias que crecen lozanas porque nosotros las alimentamos.
Ahora bien. A medida que pasa el tiempo, ese “complejo latente”se va alimentando
de las vivencias del sujeto, que tienen correspondencia con el shock inicial. Así el complejo
va creciendo a expensas del deterioro de la esfera psíquica del individuo. En cierto modo el
complejo comienza a adquirir independencia psíquica como si se tratara de un ser
autónomo e infradotado. Así, si no hay tratamiento de por medio, ese complejo comienza a
fagocitarnos psíquicamente, polarizando hacia sí todos aquellos elementos del
inconsciente que sirvan a su crecimiento (¿recuerdan el comentario de los “v órtices”de la
introducción?). Estos complejos son aut ónomos en cierto grado, dado que no pueden
existir sin el sujeto que les dio vida.
Estas extensas consideraciones deben sustentar el hecho plausible de aceptar que
en el plano astral también existen “parásitos”, que en Ocultismo reciben el nombre de
“larvas astrales”.
Su origen se encuentra en la sustancia astral que puede constituirse en entidades
psíquicamente independientes, constituidas de elementos mentales inferiores y empleando
el “cuerpo de los deseos” o cuerpo astral como soporte, algo así como “animales” de
otros planos, con cierto grado de malignidad o muy bajo nivel de evolución espiritual en
cualquier punto del universo. También, aunque el cuerpo astral se desintegra despu és de
un cierto tiempo de muerto el cuerpo físico que le dio sustento, es posible que algunas
“larvas” estén conformadas por el remanente luego de la muerte de un ser humano
particularmente thanático, y de hecho, si ese remanente “parasita” la materia astral de
otros seres vivos, puede prolongar un cierto tiempo más su postexistencia.
No debe confundirse con el “paquete de memoria”, al que nos referiremos más
adelante, constituido por remanentes psíquicos; lo que nos enseña que las “larvas astrales”
carecen de psiquismo o, en el mejor de los casos, éste no presenta grandes diferencias
con el fetal.
Esta sustancia astral vaga al azar en planos correspondientes con el nuestro, pero
circunstancialmente se siente atraída por ciertas singularidades en su plano (el astral).
Esas singularidades son la correspondiente astral de las perturbaciones físicas y/o
psíquicas que los seres humanos sufrimos.
Vale decir que la existencia de una “enfermedad” física o psíquica creará una
discontinuidad en el plano astral que actúa como un señuelo, una llamativa señal para
esas larvas que, inexorablemente, se sienten atraídas hacia ella.
Así, se ubican en las proximidades del ser afectado, incrementando su propia
vitalidad a expensas del cuerpo astral de ese humano, parasitándolo. La sostenida pérdida
de materia astral tiene, obviamente, su contraparte en los otros planos del sujeto,
incrementando sus problemas físicos o psíquicos, pudiéndole llevar a la muerte.
Se generan así los cuadros de “obsesión” y “posesión” a que han hecho
referencia todas las religiones. La diferencia entre una situación y otra es que mientras en
la “obsesión”la larva astral simplemente consume progresivamente la materia astral de la
v íctima, en la “posesión”la larva pasa a ocupar el continuun espacio-temporal del sujeto.
Entonces, ¿qué ocurre con la supuesta “personalización” en los cuadros de
“obsesión”y “posesión”, es decir, cuando el ente adopta nombre o se expresa a través de
la v íctima?.
En realidad, estos casos son mínimos, pero ciertamente graves, pues señalan que
la larva astral “capturante”, por decirlo así , ha absorbido o ha sido absorbida por un
paquete de memoria thanático o un elemental.
Estas monstruosas simbiosis son, por desgracia, perfectamente posibles. En
realidad, su existencia es finita, pues tarde o temprano uno terminará reabsorbiendo al otro
(en estos casos, las larvas generalmente llevan las de perder), pero si en el ínterin caen en
el vórtice generado por la perturbación de un ser humano, doble será el acoso que el
mismo sufrirá.
Recordemos que las larvas astrales carecen de consciencia o la tienen en un grado
muy primario, mientras que los “paquetes”por citar un ejemplo, cuentan con remanentes
de la misma, una consciencia-subconsciente casi crepuscular, pero carecen del medio
(sustancia) idóneo para manifestarse. Cuentan, entonces, con tres formas de hacerlo. Y
sobre esas formas hablaremos en el apartado siguiente.

Paquetes de memoria con alto contenido thanático
Esas tres formas de manifestarse de los PMT (Paquetes de Memoria Thanáticos)
son, respectivamente: (a) a través de la clarividencia de ciertos sensitivos o dotados que,
racionalizando su percepción inconsciente a trav és de los filtros de sus condicionamientos
culturales (generalmente bajos) creen ver “fantasmas”. Esos “fantasmas”sólo existen fuera
de él o ella en forma de “potenciales energéticos”no visibles al ojo humano. Cuando cree
“ver ”un fantasma, en realidad lo que está haciendo es “hacer comprensible”lo que percibe
inconscientemente (pero no sabe qué es) a trav és de los cristales de una educación o
sistema de creencias determinado.
En estos casos, el PMT se “enlaza”a la persona y, si ésta desconoce las técnicas
de “desenganche”, corre el riesgo de quedar psicológicamente dependiente de este PMT
cuyo “lapso de vida”es, obviamente, muy superior al del sujeto al cual adhiere.
Las otras dos formas en que nos pueden perjudicar los PMT consisten en: primero,
la consustanciación del PMT con “ectoplasma” emitido por sensitivos. Como todo
estudiante de Parapsicología sabe, el ectoplasma es materia (lípidos, células epiteliales y
tejido conectivo) que algunos sensitivos exudan por los orificios naturales del cuerpo, a
expensas de una descarga de Enpsi (“ENergía PSÍquica”), también conocida como
“telergia”.
En ocasiones, este ectoplasma toma una forma definida: una mano, un rostro, un
cuerpo humano, habiendo sido este un fen ómeno muy común en las sesiones
mediúmnicas de las tres décadas primeras de nuestro siglo. Este fenómeno recibe
entonces el nombre de “ectocoloplasma” o “ideoplastia”.
Finalmente, la tercera forma de problemática consecuencia de la acción de un PMT
es cuando se asocia con una “larva astral”–situación ya comentada–. Ahora bien, ¿qué es
exactamente un PMT?.
La primera pregunta que debemos hacernos es obvia: ¿existe algo después de la
muerte?. Y aqu í voy a regresar a algunos conceptos vertidos en mi ensayo “Parapsicología
Aplicada”, texto de estudio en los cursos de Parapsicología por mí dictados.
Los parapsicólogos afirmamos que los fen ómenos paranormales son producidos (a
falta de mejor definición) por una energía no física. Como sabemos, toda energía f ísica,
para ser tal, debe cumplir varios axiomas, entre ellos los de que la suma de los efectos
debe ser igual a la suma de las causas, y que el cuadrado de su coeficiente debe ser
inversamente proporcional a la distancia y el tiempo en que se manifiesta.
Veamos un ejemplo para este caso. Enciendo un mechero de gas. Aproximo mi
mano. Percibo un determinado índice de calor. Comienzo a alejar mi mano. Cuanto más
alejo mi mano, menos calor siento. La energía (calor) es inversamente proporcional a la
distancia.
Supongamos ahora que en ese mechero caliento un cuchillo, hasta que éste se
pone al rojo. Apago el mechero. Cuanto más tiempo pasa, menos calor irradia la hoja. En
este caso, la energía es inversamente proporcional al tiempo.
Con la energía psíquica, o “enpsi”ello no ocurre. Las experiencias demuestran que
el índice de resultados es independiente de la distancia entre los sujetos participantes; así ,
en una práctica de telepatía por ejemplo, los resultados son altos o bajos así medien cuatro
metros o dos mil kilómetros entre ellos. Además, la existencia de los fenómenos de
precognición (percepción del futuro) y postcognición (percepción del pasado) demuestra
que la relación tiempo-enpsi es inexistente.
De ello podemos deducir que esa “energía”, enpsi, se transforma, de alguna
manera, luego de muerto el individuo. Si puede proyectarse al futuro, es porque se
independiza de su entorno biológico (“nada se pierde, todo se transforma”).
Adherimos entonces aquí a la hipótesis del biólogo Jean-Jacques Delpasse:
“paquetes de memoria”, incluyendo los primitivos “núcleos de personalidad”del individuo
(ya presentes en la gestación fetal), todo ello consecuencia de la transformación de las
energías psíquicas a que hemos hecho referencia (enpsi y “libido”, o suma de impulsos
eróticos y thanáticos), que luego de la muerte del individuo “escapan” al mismo y
sobreviven, atravesando fases de transformación a los que oportunamente haremos
referencia.
La acción que estos PM por sí solos pueden ejercer en el mundo de los seres
biológicamente activos es mínima, y siempre desencadenará en nosotros respuestas de la
esfera subjetiva; dicho gráficamente, un “fantasma” no atentará contra nuestras vidas ni
solucionará nuestros problemas, pero según priven en él impulsos eróticos o thanáticos
actuará influyendo en un sentido u otro, siempre en relación directa y constante con el
índice de armon ía y equilibrio psíquico que en nosotros existe.
De allí que las personas más inestables psíquicamente sean no solamente quienes
más fácilmente detectan la presencia de estos “paquetes de memoria”, sino también
quienes más sensiblemente son v íctimas o beneficiarios de la acción de los mismos. Y
aqu í deberíamos retrotraernos al problema original de la existencia de Dios.
Entiendo que antecede una aclaración: éste no es un tratado monotemáticamente
teológico, por lo cual no acompaño esta monografía con todas las informaciones,
documentos, juicios y razonamientos que obran en mi poder. Me bastará con exponer la
teoría y acompañarla de algunos argumentos lógicos, a fin de hilar la temática.
Oportunamente, he de regresar en extensión sobre el tema.
Pocas dudas quedan actualmente sobre el origen del Universo. Hace unos veinte
mil millones de años, todo se reducía a una inmensa masa de gas, polvo y energía latente.
El “núcleo de personalidad fetal”, con sus impulsos primarios. Repentinamente ocurrió lo
que los científicos conocen como el “Big Bang”: la primera Gran Explosión, que expulsó
energía y materia en todas las direcciones del Cosmos; una indudable reacción erótica.
A ello, debió oponerse su contrapartida thanática: la tendencia a la contracción del
Universo, y entre ambos su justo equilibrio, lo que hoy llamamos principio de entropía, y
que podría formularse (reelaborando el “principio de Carnot” o segunda ley de la
Termodin ámica) como “la tendencia de toda energía a distribuirse uniformemente en
todos y cada uno de los puntos del Universo”. El Big Bang y la entropía son dos caras
de la misma moneda. Principio y fin de un proceso que yo llamo de Gestación de Dios.
Porque afirmo que Dios ni existe ni deja de existir: Dios está en gestación, recreándose a sí mismo permanentemente, día a día, segundo a segundo, eón a eón,
en cada punto del Universo. Porque cuando toda la materia del Universo se haya
transformado en energía y toda esa energía se haya distribuido entrópicamente, el
Universo se hallará perfecta y armónicamente equilibrado: el Universo será Yin
Yang. Para ese entonces, los “paquetes de memoria” detonados por las criaturas
pensantes, cualquiera fuere su origen en ese ex Universo, también se habrán distribuido
entrópicamente.
Por supuesto a estas consideraciones habría que agregar que dado que el Tiempo
(o, para ser más precisos, “el paso del...”) es una concepción meramente humana (a nivel
cósmico el tiempo es una energía que fluye en sentido contrario a la materia) el “futuro”o
“pasado”de Dios son también el “presente”, lo cual equivale a decir que Dios se gesta (se
gestó-se gestará) fuera del Tiempo tal como lo percibimos, ya que al ser el Todo, también
Todo el Tiempo es parte de El.
He allí el gran papel que hemos de desempeñar: evolucionar eróticamente hasta
que, dentro de algunos eones, nos transformemos en Uno con el Universo. Nunca más
cierto, entonces, que en cada ser humano anida una chispa divina. El Destino es ser Dios:
cuando el Todo sea un Todo pensante, armónico, omnisciente, omnipresente,
omnipotente, omnisapiente.
Perfectamente fundamentados en la Física moderna, podemos suponer que los
“paquetes de memoria”o “almas”eróticas (lo que la Iglesia católica, por caso, llama “almas
justas”) impulsadas por una velocidad de escape mayor que las thanáticas (“injustas”)
hacia el “borde”del Universo, esperan la dispersión entrópica de las demás. Estas últimas
pueden perderse en “agujeros negros”, estrellas que estén colapsando u otros fenómenos
cósmicos caracterizados por “capturar” energía, de donde tal vez nazca la primitiva
concepción de “infierno”; o atrasando la transformación del “paquete de memoria” en
energía entrópica. Puede ocurrir entonces que los paquetes eróticos polaricen la atracción
de los paquetes than áticos, “ayudándoles a evolucionar”, despegándolos de la tierra. He
allí, tal vez, el origen del espiritismo, inexacto y plagado de malformaciones de contexto, y
si aceptamos la posibilidad científica de que los agujeros negros sean el paso hacia una
especie de “universo paralelo”, es posible concebir un co-Universo que sin ser el reducto
de la “maldad” sí sería depósito de “paquetes de memoria” aferrados a la materialidad,
involucionando.
Otras sectas esotéricas
Tomando en cuenta la proliferación de movimientos, sociedades y agrupaciones
espiritualistas, místicas o devocionales en los últimos años, uno tendría quizás la impresión
de que, espiritualmente hablando, la humanidad se halla bien protegida. Asimismo, esa
multiplicidad de búsquedas interiores parecería aparentar que sus cultores dejan discurrir
sus vidas en transparentes intentos repartidos entre ampliar sus conocimientos y ayudar y
orientar al prójimo.
Pero la realidad es bien distinta: dejando de lado el cierto n úmero de sociedades
esotéricas que realmente están volcadas hacia la expansión y evolución espiritual,
podemos considerar unas cuantas cuya actividad directa o indirectamente puede llegar a
perjudicarnos. La mecánica de estas “agresiones psíquicas”de distinta naturaleza a las ya
consideradas pueden dividirse en las siguientes categorías:
1) Sociedades esotéricas de actividades vinculadas al Satanismo.
2) Ídem, que tratando de hacer el Bien, sólo manejan conocimientos y técnicas
incompletas, con lo cual el perjuicio es involuntario, pero tal vez más grave. Como
dice el adagio popular: “No basta con querer ayudar, hay que saber cómo hacerlo”.
3) Agrupaciones ocultistas que aun trabajando correctamente, ocasionan
colectivamente en determinados pero extensos núcleos humanos un perjuicio, como
consecuencia del “síndrome de polaridad”.
Discriminemos ahora estas tres divisiones:
4) Son quizás las más peligrosas por dos razones fundamentales: por un lado, cuidan
de permanecer convenientemente ocultas, con lo cual el proceso de identificación
de sus integrantes y sus métodos se hace tedioso y desgastador. Un error en que
suelen incurrir las personas que se sienten atacadas de esta forma, es malgastar
sus esfuerzos (intelectuales, intuitivos o materiales) en localizar al agresor y tratar
de neutralizarlo. Es decir, actuar directamente sobre quien parece ser el primer
agente de nuestras perturbaciones. Porque aunque nuestro esfuerzo se vea
coronado por el éxito, ello no bastará para acabar con el peligro, y esto por dos
motivos: uno, que el agente agresor puede haber transferido su técnica así como la
misión de atacar a un determinado objetivo a otro acólito, con lo cual sólo
alcanzaremos un respiro momentáneo, tras lo cual deberemos ponernos otra vez en
movimiento. Y dos, la propia discreción que saben guardar los verdaderos “adeptos
del sendero izquierdo”es tal que nunca podremos estar seguros de haber agotado
todos los riesgos. Y esa incertidumbre permanente es tan fatigosa desde el punto de
vista psíquico que quiz ás así provocaremos nosotros mismos el resultado final que
nuestro enemigo eligió.
En cambio, cuando el enemigo esotérico es fácilmente identificable –o se deja
identificar, o hace gala de su poder– es cuando menos debemos preocuparnos; aqu í
vuelve a cumplirse la afirmación de que “el verdadero ocultista, oculto está”.
Generalmente, la acción perniciosa de estas sectas pasa por la detonación de los
mecanismos de autodestrucción que anidan en el inconsciente de todos y cada uno
de nosotros. En efecto, así como todos contamos con elementos de
autoconservación o supervivencia, también existen sus antítesis. De esta forma,
basta con saber qué tocar en el inconsciente de un enemigo para que el proceso
mórbido comience por sí mismo. El ejemplo más claro de lo expuesto es la propia
mecánica del vudú. Como afirman hasta sus propios sacerdotes y cultores, para
que el ritual vudú de muerte ejerza efecto es necesario que la v íctima se entere.
Para eso, el mu ñeco preparado con elementos obtenidos de la víctima (cabellos,
uña o sangre) y atravesado con alfileres, debe depositarse ante la puerta de la
vivienda de aquélla o en su camino, de forma tal que indefectiblemente lo encuentre.
El “hechizo”se completa con un cartelito con el nombre de la persona sentenciada y
el “plazo de vida”acordado.
Partiendo del hecho de que en Haití en particular (patria del “voodoo”) y en el Caribe
en general, prácticamente la casi mayoría de la población cree en el poder de los
hechiceros, es lógico deducir que la víctima se entere que ha sido condenada para
que automáticamente se disparen en él o ella los elementos de autodestrucción.
Así, en cualquier otro medio, basta con conocer los “flancos débiles”de la v íctima,
psicológicamente hablando, y presionar sobre ellos para que se reproduzca el
mismo efecto.
En segundo lugar, debemos considerar que la acción psíquica perniciosa –una
aspectación negativa de las “formas de pensamiento” a que nos referiremos
próximamente– no muere con la neutralización del oponente, sino que persiste
durante cierto tiempo (naturaleza y accionar al que en algún otro trabajo mío he
referido con aquella an écdota conocida como “el fantasma de la guarnición”y que
vol veré a referir). Por esa raz ón el peligro persistirá y, si confiados en el triunfo nos
desprevenimos, en algún momento la acción perjudicial se abatirá sobre nosotros.
Otras de las razones que multiplican el efecto a veces devastador de sus ataques
estriba en la naturaleza fundamentalmente destructiva y belicosa del ser humano.
Para el hombre poco evolucionado, es más fácil destruir que construir, odiar que
amar. Recuerden el “principio de Carnot”: todo parece tender naturalmente a la
destrucción. En consecuencia, inducir o provocar el Mal en un sujeto cualquiera es
mucho más fácil que su contrapartida, o sea, motivarlo al Bien.
5) Este segundo grupo no acusa menor peligrosidad potencial, ya que si el primero es
temible por buscar el daño ex profeso, el segundo puede herirnos por distracción u
omisión.
Quizás el comienzo de esta situación encuentre su génesis en la popularización que
en las últimas décadas ha obtenido el Ocultismo: libros, artículos, cursillos,
conferencias, han hecho que centenares de miles de personas encontraran respuestas
a preguntas trascendentales, sí. Pero también –considerando la particular psicología de
algunos “adeptos”que canalizan en este sendero sólo sus frustraciones, su soledad o
su ansia de poder– esa “vulgarización” ha hecho que conocimientos otrora
considerados como dignos de recato hayan llegado a todos los públicos, entre los
cuales existen aquellos con intenciones positivas y otros con intenciones negativas; si a
esto sumamos el hecho innegable que más de una de esas hipotéticas fuentes de
sabiduría sólo reconocen como motivación el afán de lucro de sus autores y una
dudosamente aplaudible retórica verbal o literaria para convencernos de sus bondades,
terminaremos por comprender cu án precavidos hemos de ser en el manejo de la
información (teórica y práctica) que obre en nuestro poder. Observemos que toda la
literatura esotérica está plagada de comentarios referentes a las grandes vertientes
espirituales permanentemente en pugna por conquistar el alma de los hombres: la
Hermandad Blanca, o Sendero de la Mano Derecha, y la Hermandad de las Tinieblas,
que se vale del Sendero de la Mano Izquierda.
Ahora bien. ¿Hasta qué punto podemos estar seguros de que todo autor o
maestro que abunde sobre estos tópicos forzosamente ha de alinearse a la Derecha de
ese espectro?. A fin de cuentas, ¿acaso el mejor truco no ha consistido, en toda la
historia de la humanidad, en emular a los griegos y su caballo de Troya?. ¿Qué mejor
que esconderse entre el enemigo para socavar sus bases?. Además, consideremos el
tema de que muchos practicantes se limitan a perpetuar una enseñanza o continuar
una práctica sin cuestionarse sus orígenes, ganados sus corazones por la confianza
que les inspiraron sus guías o los antecesores de los mismos. Así, ¿cómo podemos
estar seguros realmente de las causas primeras de las convicciones o las
metodologías?. ¿Cuántos adeptos e incluso iniciados henchidos de buenas intenciones
son apenas instrumentos en manos de inteligencias que les usan como portadores de
sus programaciones psíquicas colectivas?. Y asimismo, ¿cuántas de sus actividades
podemos afirmar que no ocasionarán daño a sus propias mentes o a las de las
personas que se encuentran en sus adyacencias?.
Tomemos dos ejemplos: uno de ellos poco conocido pero de la más rancia escuela
esotérica, y el otro de increíble expansión popular.
El primero de ellos hace referencia a la tradición que dice que en algún remoto y
subterráneo paraje de Asia existe un pueblo, Agharta, en cuya capital, Agadir (también
conocida como Shamballa o Shampullah) vive el Rey del Mundo, un soberbio maestro
espiritual cuya misión y la de sus súbditos consiste en velar por el Bien y la Paz entre los
hombres. Muchos filósofos esotéricos de cuya bondad no osamos dudar, incluso comentan
que también este Rey es conocido como “el Señor de la Luz”o bien por su propio nombre:
Sanat Kumara. Muchos autores se hacen eco, sí, de estos comentarios, pero ninguno de
ellos parece advertir un razonamiento (mejor sería escribir “una cadena de pensamientos”)
que comenzando por el hecho de recordar que Dios designa a Satanás como “Príncipe del
Mundo” (pues sólo podrá gobernar entre los hombres) contin úa por traducir del latín la
etimología de uno de los varios nombres dados al Señor de las Moscas: Lucifer, que
significa, precisamente, el “portador de la luz ”. Y finalmente, sabiendo del valor e
importancia que el Ocultismo da a los acrósticos (o sea, la combinación de letras de un
nombre con el fin de transmitir una clave o un mensaje críptico) no puedo dejar de
comprobar con un escalofrío que, moviendo las letras de lugar, “SANAT”se transforma en
“SATAN” (Satanás o Lucifer). No he hallado hasta ahora traducción (si la hay) para
“KUMARA”, excepto en el quechua andino, donde “UKAMAR” significa, literalmente, “de
zonas escabrosas”(o “montañosas”).
Así, en el Norte argentino, el “Ukamar Zupai”, o “Diablo de las Montañas”, es aquel
genio maléfico que congela las noches de luna con sus alaridos. Posiblemente algunos
lectores consideren poco serio suponer que un relato esotérico de alcance mundial se
identifique con un dialecto autóctono y regional, pero, después de todo, ¿porqué no?. Yo
soy de aquellos que ciertamente creen que nada debe envidiarle el esoterismo americano
al de otras latitudes y que tal vez, después de todo, quiz ás fue en éste continente donde
todo empez ó.
Afirma la coherencia de lo arriba expuesto el hecho de que, ¿casualidad?, Sanat
Kumara en particular y Agharta en general suelen ser ubicados en zonas montañosas,
como los Himalayas. Y reivindicando el idioma quechua, numerosos ocultistas de cuño
(como Charles Leadbeater, entre otros) sostienen que era uno de los idiomas hablado en
Mu o Lemuria.
El otro ejemplo al que hacíamos referencia pasa por un culto afrobrasilero que, hoy
en Argentina, concita el interés de miles de adeptos: la Umbanda, Kimbanda y Candomblé.
No voy a abundar en descripciones acerca de esta religión –no faltar án estudios sobre el
particular– excepto señalar que existen oficiantes sinceros, cultos y teológicamente
capaces, pero no son ciertamente la mayoría, lo que cualquier sujeto con mínima
capacidad clarividente que haya asistido a algún “congal”o “terreiro”(lugar de prácticas)
durante un ritual efectivo habrá advertido, además de observar que muchos de los entes
que por allí pululan no pertenecen, precisamente, a los niveles más avanzados de la
evolución.
Posiblemente esta reflexión pueda parecer intransigente, dogmática y sentenciosa.
Sin embargo, la estructura del conocimiento que desde los cielos espirituales baja al
Hombre es eminentemente jerárquica y espiritual; por consiguiente, no queda mucho
espacio para las demagogias.
En cuanto, específicamente hablando, atañe a esta religión, consideremos que la
realidad demuestra que el gran número de seguidores que tiene en realidad advierte que
sólo un pequeño porcentaje son “hijos de religión”, esto es, practicantes lit úrgicos; el resto,
una inmensa mayoría, está constituida por aquellos que acuden a hacer “consultas”:
problemas de pareja, de salud y trabajo constituyen los aglutinantes. Esas personas no son
adeptos consuetudinarios a esta corriente, pero su desesperación por la obtención
de soluciones, por un lado, y generalmente, por el otro, la carencia de un an álisis frío de
sus actos o la indiferencia por las últimas consecuencias los lleva a agigantar sus
complicaciones. Observemos que “maes” y “paes” por lo general achacan todos los
problemas que pueda sufrir un individuo a los “daños” o “trabajos” que terceros nos
provocan. Más allá de si esto es así (que no lo creo), el nivel vibratorio con que trabaja esta
gente nos hace sospechar que el precio pagado a cambio por el desprevenido consultante,
no se cancela meramente con la bebida, los cigarros o el dinero depositados como
“ofrenda”. Por algo, muchos ex seguidores de esta corriente nos han comentado que “a la
Umbanda se entra, pero no se sale”.
Y si ustedes se preguntan porqué entonces cosecha tantos seguidores, la respuesta
es sencilla: la gente es naturalmente fetichista (esto ya lo hemos comentado), sus rituales
son psicológicamente impresionantes para las mentes débiles, el miedo a las “represalias”
espirituales hace que no se tenga la valentía de “desengancharse” y, last but not least
(como dice el bueno de Antonio Ribera) la aparente corrección de ciertos desequilibrios
genera la aparición de otros por algún otro lado, cuya solución degenera en unos terceros,
y así ad infinitum. Este cúmulo de afecciones psíquicas son contra las cuales debemos
aprender a precavernos, ya que nunca perjudican sólo a sus víctimas en primer grado,
sino, infección psíquica mediante, a todo su n úcleo familiar.
6) Este apartado me obligaría a repetir ciertas consideraciones que en algún párrafo
ya hemos hecho.
¿Podemos tener una idea clara del alcance de nuestros actos “buenos”y “malos”?.
Dada nuestra imposibilidad de juzgar la naturaleza ética de las acciones (si es que la
tienen) la sola intención no basta para erotizar o thanatizar una acción.
Las improvisaciones ocultistas llevan a los ingenuos, no a manejar “fuerzas”,
“santos”, “entes”, sino a crear las condiciones focales psicoespirituales necesarias para
que “energías con motivaciones”(inteligencias) se den cita en el vórtice así creado. Esto es
fácil de aceptar si no perdemos de vista la concepción de que el Universo es un todo físico,
mental y espiritual. Si hechos físicos pueden crear vórtices físicos, y también generar
efectos psicológicos o energéticos colaterales, ¿acaso un hecho mental no puede
movilizar consecuencias secundarias o contraindicaciones mentales?. Ahora bien.
Hemos visto que actitudes inicialmente eróticas pueden devenir en thanáticas, y viceversa.
Y me pregunto: cuando prendemos velas, hacemos oraciones, elevamos pedidos, en
nuestra ignorancia creyentes de una respuesta “superior”, ¿quién nos asegura que no
descompensamos algo en algún lugar?. Todo tiene y genera su opuesto en el Universo
(principio de Polaridad) y aunque yo crea estar haciendo algo “bueno”, en algún lugar se
tiene que detonar la polaridad correspondiente, más aún, cuando comprendo que si pido
ayuda es porque soy incapaz de alcanzar la solución naturalmente, soy momentáneamente
inferior, reconozco esa inferioridad y la acepto, solazándome, en la oración-rogativa, con
ello. Esto significa que los millones de personas que todos los días en todo el mundo
piden, con distintos grados de devoción, ayuda, están generando en realidad mecanismos
de dependencia más allá de los resultados.
Repetimos: ¿a nadie le llamó la atención que en las últimas décadas, pese al
“reverdecimiento espiritual”, la violencia y la muerte han avanzado hasta límites
insospechados en el mundo?. Es lo que llamamos efecto de acumulación.
En otro sentido, consideremos algo que a mucha gente bien intencionada suele
escapársele. Algunas personas atraviesan problemas, y sus familiares y amigos acuden a
estas disciplinas para ayudarle, pero, tal vez, a escondidas, porque la persona en
problemas no gusta de las mismas. Por consiguiente, ¿acaso podemos estar confiados en
no violar el libre albedrío de esa persona, ya que ella tiene derecho a elegir si quiere ser
ayudada o no?. ¿Es que acaso no forzamos su karma y el nuestro al actuar contra su
voluntad?. ¿Es que basta escudarnos en que “lo hicimos por su bien”?. ¿Es que acaso
sabemos cómo ayudar?. Porque, además, la solución o la técnica que nosotros comedidos
samaritanos seleccionemos será lo que nosotros elegir íamos en caso de ser nuestros
esos problemas. Entonces, se presenta la misma situación que si diéramos un
medicamento erróneo a una determinada enfermedad; seguramente la agravar íamos.
Hora, entonces, de recordar otro refrán popular: el camino del infierno está sembrado de
buenas intenciones.
Elementales
Puede parecer ridículo estar escribiendo, a principios del siglo XXI, de
“elementales”, los mismos seres que la leyenda y la historia han conocido como “duendes”,
“elfos”, “hadas”, “gnomos”, etcétera. Pero lo cierto es que, literalmente hablando, desde
Tolkien y su “El Señor de los anillos”, la afirmación milenaria de que la Tierra tuvo otros
Amos antes que el Hombre ha adquirido otro sentido.
Por supuesto, no creemos ciertamente en el hecho de que los elementales se
presenten con bonetes rojos, zapatones puntiagudos, cinturones con hebillas o envueltos
en tules celestes o rosas. En realidad, tendemos a considerarlos como habitantes
inteligentes de dimensiones “paralelas” a la nuestra. El concepto de “universo o mundos
paralelos”ha salido del resbaladizo terreno de la ciencia ficción para, a horcajadas de la
moderna astronomía, matemática y física, hacer irrupción en la realidad.
No voy a extenderme aquí en los fundamentos que prueban la existencia de esas
otras “n”dimensiones, ya que lo he hecho en otros trabajos míos. Sólo baste recordar que,
como el astrónomo británico Paul Davies informa, son ya once las dimensiones localizadas
matemáticamente. Pero para que resulte más claro este concepto, resumamos diciendo
que hablar de otras dimensiones implica considerarlas como un orden más amplio de la
Realidad.
Nosotros vivimos en un Universo de tres dimensiones: ancho, alto y profundidad (o
largo). Como una dimensión es, ante todo, un patrón de medida, los científicos están de
acuerdo en que el Tiempo es la cuarta dimensión. Así , nuestro Universo conocido es
tetradimensional.
Dado que no hay ninguna razón que impida que un sistema referencial contenga
dentro de sí otro de menor gradiente, es dable suponer que en nuestro Universo puede
estar contenido otro de sólo dos dimensiones. Para que todos los ejemplos sean claros
vamos a suponer que estamos hablando de un planeta de dos dimensiones, o sea,
bidimensional.
Estamos viajando en una nave espacial por el cosmos, y de pronto nos tropezamos
con este mundo plano. Como nuestro esquema mental está adaptado a pensar en tres (o
cuatro) dimensiones, entonces somos capaces de percibir (y posteriormente comprender)
este mundo de dos dimensiones. Pero si en ese mundo plano hubiera seres inteligentes
(también planos), toda su inteligencia no les permitiría ni siquiera advertirnos (por lo menos
en lo que somos en realidad) ya que están condicionados a pensar en dos dimensiones.
Para ellos, entonces, solo seríamos una sucesión de fenómenos desconocidos e
inexplicables, expresados como ilusorias y fantasmagóricas imágenes preceptúales. Todas
las acciones que nosotros ejerzamos en su medio también serán erróneamente
interpretadas: supongamos que realizamos una perforación de lado a lado en ese mundo;
si uno de los seres que en él habitan cayera por el agujero habiendo otros testigos
presenciales del suceso, como para éstos el concepto de “arriba-abajo”(alto) no existe, no
percibirían una caída, sino una súbita desaparición del desgraciado congénere.
Y si debajo de este mundo plano hubiera otro, y sobre éste cayera el sujeto del
accidente, los habitantes de este segundo mundo plano no observarían una caída sino
presenciarían cómo, insólitamente, un ser como ellos parece aparecer de la nada.
Más aún. Si atravesamos ese mundo plano con una gigantesca torre (como si un
lápiz atravesara una hoja de papel) e hiciéramos ascender y descender, rotando, la torre
por la perforación, comprobaríamos que esos seres cuya inteligencia, insistimos, puede
haber acumulado innúmeros conocimientos (quiz ás tanto casi como nosotros) empero no
comprenderían que hay algo “subiendo” y “bajando” por su mundo, sino solamente
percibirían un área del mismo que intermitentemente cambia de forma y color.
Y recordando el ejemplo del ser plano que se cay ó por el agujero (y especialmente
recordando la “sensación”, la “impresión” o, mejor aún, el “concepto” que los otros seres
tendrían del hecho), me pregunto: ¿cuántas extrañas desapariciones de personas,
animales o extraños seres y criaturas, tal cual son relatados en numerosas leyendas y el
folklore de todo el mundo antiguo y moderno, así como las no menos extrañas
“apariciones” de estos seres, nos ponen a nosotros, humanos testigos, en la misma
situación de aquellos seres planos que no sólo no pueden comprender sino mucho menos
aún, ni siquiera percibir la verdadera naturaleza de lo que ocurre ante sus ojos?. ¿Acaso
si hay seres que existan en más de cuatro dimensiones simultáneamente, no es posible
que estos seres hagan circunstanciales apariciones en la reducida “ventana” de nuestra
percepción?.
El término de “ventana”no es ocioso. Los parapsicólogos siempre afirmamos que
los seres humanos percibimos la Realidad por una reducida “ventana” del espectro total.
Tomemos dos ejemplos comparativos: por un lado, todos sabemos que nuestros ojos
perciben una determinada gama de colores del espectro luminoso, más concretamente, del
rojo al violeta. Sabemos, ciertamente, que existen “colores” (radiaciones, sería la palabra
exacta) infrarrojos y ultravioleta: que no los veamos, no quiere decir que no existan.
O el caso de los sonidos. Nuestro oído percibe en una determinada frecuencia de
decibeles: existen “infrasonidos” y “ultrasonidos”; que no los escuchemos no niega su
realidad, y de hecho, son capaces de excitar o enfurecer a ciertos animales.
Lo mismo pasa con la percepción de la Realidad. Nuestra cultura, nuestras
limitaciones pero, muy especialmente, nuestra rígida estructura mental no nos permite
entender y antes aún, percibir, qué ocurre afuera de la ventana.
Ahora bien. ¿Por qué los relatos fidedignos de las apariciones de duendes, gnomos
o hadas las presentan ataviadas con las –para el gusto moderno– casi ridículas
vestimentas que les conocemos?. Yo pienso que se trata de un fenómeno de la misma
naturaleza que aquél que materializa los “paquetes de memoria”tornándolos “fantasmas”:
la racionalización del esquema de creencias previo. Pero debemos hacer aqu í un
importante llamado a la atención: el sistema TAM (Técnicas de Autodefensa Mental)
afirma que pocas cosas sabotean tanto el mecanismo de autodefensa psíquica como la
incapacidad de percibir la naturaleza primera de los agentes agresores; la ignorancia
engendra el miedo (que amplifica el efecto ya de por sí negativo de la agresión), la
inseguridad en uno mismo (y si uno va al combate pensando que puede perder, ya ha
sido vencido) y el facilismo y el quietismo (que pueden llevarnos a conformarnos con el
daño que se nos produce). Esto permite enunciar otra norma de la autodefensa mental: la
observación e identificación esencial del agente agresor.
Empero, ¿por qu é consideramos tan dignos de crédito los testimonios de
observación de elementales?. Simplemente porque por absurdo que parezca la anécdota,
históricamente la seriedad y credibilidad de los testigos de “duendes”no le va en zaga a la
de los testigos de OVNIs, del Yeti o del monstruo de Loch Ness, para mencionar otros
misterios contemporáneos que gozan de consenso científico. Además, las investigaciones
llevadas a cabo por magistrados y científicos en el pasado si bien no contaban con la
parafernalia tecnológica con que se cuenta hoy en día, no eran menos rigurosas y serias
que las del presente; quiz ás en realidad lo fueron mucho más, considerando que el
juramento y la palabra de honor tenían, antaño, una firmeza y confiabilidad que hoy han
perdido.
¿Cuál es, entonces, la verdadera morfología (forma) de paquetes de memoria y
elementales, de manera que pueda servir como guía de identificación?. Pues su
apariencia real es de figuras levemente humanoides, levemente elipsoidales,
oscuras o levemente fosforescentes (en este caso, con aspecto de bruma) bastante
más altas y delgadas que un ser humano adulto promedio, o muy bajas y
rechonchas. El rostro parece un agujero en el aire... o en la nada.
¿Y porqué estos elementales nos agreden?. Vamos a aclarar que en realidad no lo
hacen todos ellos. Pero ocurre que algunos habitantes comunes del plano astral y el
etéreo, al ocupar ciertos lugares en la Tierra hacen precisamente eso: los ocupan,
defienden un territorio que creen suyo (en realidad, el sector geográfico de nuestra Tierra
implicado es sólo un tramo de un “territorio elemental” que interpenetra varias
dimensiones).
Pero su sutileza “material”no implica ni mayor grado evolutivo ni mayor inteligencia:
también entre ellos hay individuos de naturaleza than ática (malignos), idiotas o insanos;
también ellos están encadenados a la Rueda de las encarnaciones de lo inferior a lo
superior. Entre ellos también los hay con tantas diferencias psicol ógicas como entre los
seres humanos, y quizás en un futuro escribamos un tratado sobre “Psicología de seres
elementales”.
Por otra parte, e insistiendo en el mismo terreno, cabe acotar que se ha observado
que su comportamiento refleja una psicología tan particular que podemos elaborar lo que
técnicamente se llama un “perfil”, un verdadero “identikit” psicológico del Elemental. Sus
puntos salientes son:
a) Travieso y cruel.
b) Bondadoso, pero sin que esto sea una constante ni responda a la conducta
previa del humano implicado.
c) Fácilmente irritable.
d) Rencoroso, en caso de no demostrársele agradecimiento, cuantitativa y
cualitativamente, como él esperaba.
e) Inconstante en sus relaciones.
f) Perseverante y tenaz en sus objetivos.
g) Mente casi exclusivamente abstracta (las concreciones fácticas parecen
responder a ciertos automatismos).
h) Temeroso de sus congéneres.
i) En consecuencia, poco sociable (sus apariciones en grupo parecen
responder más a “alianzas”que a “amistades”).
j) Intransigente con el humano ignorante o despectivo de su realidad o
facultades.
Cabe destacar, sin embargo, que en una reducida estimación de casos, su
agresividad es sólo una forma compulsiva de advertir o alejar a un ser humano de un
riesgo, por lo que se impone desarrollar la sutileza perceptiva para detectar la “intención”
que subyace detrás de su acto.
De continente obviamente contradictorio, nos hace, empero, comprender y
compadecer a una raza, hoy quiz ás con escasos integrantes, otrora poderosa y dueña del
mundo, hasta que la ola evolutiva levantó al hombre por sobre los mamíferos y le hizo
imponer su poder, expandiéndose y cubriéndolo todo. Ocultos en las montañas, los
bosques, las aguas, los espacios siderales y otras dimensiones, nos observan,
comprendiendo y lamentando su decadencia sobre la materia terrestre, mientras pasan los
siglos, los milenios o los eones para que una nueva ola espiritual los empuje más adelante
aún, siendo quizás en ese entonces los descendientes de esta Humanidad (sumados a
otras Humanidades del cosmos) los que pasen a ocupar su lugar, dejando un sitial vacío
para otras formas biológicas (en la Tierra, ¿los delfines, quiz ás?) que entonces ocuparán el
lugar que hoy por hoy es nuestro.


Técnicas mentales (Vampirismo psíquico)
Vamos a ampliar las consideraciones ut supra indicadas con respecto a la
percepción, porque serán válidas para observar en su justa perspectiva la totalidad de los
fenómenos aquí descriptos.
La percepción está disociada de la comprensión. Yo comprendo lo que veo no
como lo percibo, sino como los esquemas de pensamiento me permiten verlo. Vemos
“platos voladores” porque antes del “volador” existió el “plato”. En épocas del Imperio
Romano, se veían “clipei ardentes” (“escudos llameantes”). En nuestro proceso
cognoscitivo, vamos de lo particular a lo general y tratamos de identificar las cosas
mediante mecanismos de asociación. Pero estamos enfrentados a un problema del cual no
tenemos puntos de referencia previos, por lo que nuestra psique busca desesperadamente
encontrarlos. Y si no est án allí, los fabrica.
Ya hemos hecho oportunamente algunos comentarios sobre el “vampirismo
psíquico”. De cualquier forma, volveremos luego sobre este particular, pues hemos
descubierto que sus relaciones con otras disciplinas del conocimiento esotérico (el propio
tema de los extraterrestres) es inmenso.
En cuanto a la naturaleza de las otras técnicas mentales, recordemos que ciertos
cultores de algunas escuelas de Control Mental alcanzan un grado de desarrollo capaz de
permitirles minar la resistencia psíquica de otros (aunque no sé si “desarrollo”es la palabra
adecuada).
Es tal la difusión alcanzada por estas disciplinas, que muchos asiduos transeúntes
del Sendero de la Mano Izquierda acceden a un conocimiento h ábil a la hora de modular
las conductas ajenas con el afán primitivo y egoísta del provecho y lucro propio.
Empero, esta difusión (y la obsesión de la gente por buscar el-método-más-fácilpara-hacerlo-todo-en-la-vida), conduce a que muchas veces tales individuos se metan en camisa de once varas para transformarse sólo en unas piezas más del gigantesco tablero
espiritual donde “blancos” juegan contra “negros” (y si alguien desconoce el origen
netamente esotérico del ajedrez, aqu í, en los colores asignados a los bandos, tiene una
pista verdaderamente iniciática). Allá ellos en su imprudencia suicida: preocupémonos, en
cambio, en ser capaces de detectar la naturaleza de sus acciones.
Vórtices psicoespirituales
Hemos tocado tangencialmente ya la cuestión atinente a los vórtices
psicoespirituales, y entendemos que es bastante clara su descripción: si hubiera que
abundar en ejemplos, diríamos que estos vórtices son los “agujeros negros” del plano
espiritual o astral.
Como señala la moderna Astronomía, los “agujeros negros” son estrellas
antiqu ísimas que, en lugar de terminar su período de vida desintegrándose en una
monstruosa explosión (transformándose en lo que llamamos una “nova” o “supernova”)
colapsan, en lo que podríamos definir como un proceso de “implosión”, reduciendo más y
más su tamaño hasta que el mismo se aproxima al de una pelota de fútbol. Imaginen
ustedes lo que significa que la totalidad de la materia de una estrella se comprima hasta
alcanzar el sólo tamaño ya indicado.
Ahora bien. El campo gravitacional de un cuerpo cualquiera es directamente
proporcional a su volumen, pero sólo si entendemos el concepto “volumen ” como una
función de la masa (que a su vez es definible como la resistencia a la inercia que presenta
un cuerpo), en el sentido de distancias interatómicas, y de las tensiones generadas en
estos núcleos por lo que conocemos en Física como “interacción fuerte” e “interacción
débil”.
Así una estrella de la categoría de las “gigantes rojas”, con un volumen aproximado
de cien mil veces el de nuestro sol, tendrá una masa mayor y, por ende, un campo de
gravedad inmenso. Como todos sabemos, un mayor campo gravitatorio aumenta la
“curvatura espacial ” alrededor de este cuerpo. Pero si la estrella se comprime con las
características que indicábamos líneas arriba, si bien su volumen (= tamaño) se reducirá, al
no perder materia, aumentará su masa (las distancias interatómicas serán cada vez
menores) aumentando así la potencia y extensión de su campo gravitatorio, que le hará
capturar más materia, que también se comprimirá, aumentando su masa que... y así, ad
infinitum.
Como el lector comprenderá, un objeto del tamaño de una pelota de fútbol es, a
escala cósmica, despreciable, por lo que en raz ón de los valores energéticos, podemos
decir que es igual a cero. El incremento de masa (y de gravedad) es inversamente
proporcional aqu í al concepto de volumen, por lo que podemos expresar matemáticamente
que la masa tiene un límite tendiente a infinito y lo mismo ocurre con la gravedad. Y si en
un punto del espacio la gravedad, para ese punto, es infinito, también lo es por
consecuencia la curvatura espacial, que ya no será tal, sino lo que geométricamente (o,
mejor dicho, topológicamente) se describe como un “toroide”. Un túnel. ¿Adónde?.
Seguramente a otra dimensión.
Un agujero negro es llamado así porque nada escapa a su atracción. Ni siquiera la
luz, que por extraño que parezca, en sus proximidades se “curva”para ser absorbida por el
mismo. Un hipotético observador situado a cierta distancia del “agujero negro” ver ía la
materia y la energía precipitarse hacia un punto... e interrumpir abruptamente su
trayectoria, como si hubieran caído en una fisura invisible. Han sido capturadas por el
“agujero negro”.
Algunos teóricos, en tanto, afirman que todo “agujero negro”tiene en este Universo
que conocemos su polo opuesto: un punto del espacio que “despide” energía que parece
no provenir de ninguna parte: son los quasars (término que se forma por la contracción de
los vocablos ingleses que definen a objetos cuasi estelares). El “quasar”sería, entonces,
el punto donde aparece en nuestro Universo la materia y energía absorbida por el “agujero
negro”de un universo paralelo.
Regresando a los planos que nos interesan, podemos referir que en este caso los
“v órtices”están creados por una concentración extremadamente densa de actividad astral
o mental, especialmente ligada a los planos inferiores. Eso ocurre por ejemplo con ciertas
congregaciones pseudo-religiosas, cuyos objetivos se centran más en el lucro econ ómico,
la perversión sexual o el control de sus desorientados fieles, que en acercarse a Dios.
Decenas, centenares o miles de devotos, obligados a vibrar a determinadas frecuencias,
crean las condiciones ideales para gestar un “v órtice” que a medida que pase el tiempo
ampliará sus límites, con lo cual, todos los desprevenidos que se encuentren en su
“periferia” (léase amigos y familiares de los “fieles”, por ejemplo) corren el riesgo de ser
contaminados por aquéllos.
Un caso clásico es la historia –todavía fresca en la memoria del mundo– del
“suicidio ritual”de 983 seguidores del “reverendo” Jim Jones, en Jonestown, Guyana, en
1978. Repasando las publicaciones de la época, uno no puede dejar de estremecerse al
leer que hasta aquellos que viajaron al enclave ritual con el objetivo claro en sus
consciencias de desenmascarar a Jones –resultando v íctimas primeras de la demencia
asesina que en pocas horas llevaría a la muerte a casi un millar de niños, mujeres y
hombres– el diputado demócrata Leo J. Ryan, el camarógrafo de la NBC Bob Brown, el
periodista Don Harris y el fotógrafo Greg Robinson declararían, poco antes de ser
inmolados que... ”allí –en la colectividad– uno ingresa en una atmósfera tan densa, tan
extraña, tan... pegajosa que, casi sin darse cuenta, todo lo que “ellos” hacen está
bien, es “okey”. Uno siente simpatía donde antes estaba el recelo o el odio...”.
Los vórtices no son únicamente tan reducidos en extensión –geográfica y
temporal– sino que pueden persistir por años o siglos, alojados en el inconsciente colectivo
de la Humanidad, para ser detonados cuando las circunstancias así lo exijan.
Veamos un caso típico: el de los asentamientos religiosos.
Poca gente sabe que un enorme número de lugares de culto cristiano (para
referirnos a una religión que nos es pr óxima, pero atendiendo al hecho de que estas
consideraciones pueden extenderse a cualesquiera de ellas) coinciden geográficamente
con antiqu ísimos asentamientos de cultos “paganos”. Así , por ejemplo, las catedrales de
Chartres y Notre Dame de París están edificadas sobre los puntos exactos donde la
Historia ubica emplazamientos dolménicos. La catedral de Cuzco (Perú) tiene como
fundamento basal los cimientos del antiguo templo incaico elevado en honor de Inti
Viracocha. El asentamiento de la Catedral de Luján, en la provincia argentina de Buenos
Aires era, antes del milagro (tres veces quebró su eje la carreta que transportaba a la efigie
de la virgen rumbo al norte del país, precisamente en ese lugar, lo que se interpretó como
una “señal divina”) punto obligado de rituales de culto a la fertilidad por los aborígenes; y el
lugar donde a fines del siglo XVI se observ ó numinosamente a la que sería después Virgen
de Itatí (provincia argentina de Corrientes) era el lugar predilecto por los shamanes
abipones primero y guaraníes después para efectuar sus ritos lunares. De hecho, recuerdo
que durante mi propia visita a ese pueblo, la atmósfera mística, fácilmente perceptible, se
me apareció como una cualidad propia del lugar geográfico, y no circunscripta
exclusivamente a la basílica.
Esa reiteración en la elección del lugar sacro (sobre lo que podríamos abundar en
ejemplos) es un proceso totalmente inconsciente, ya que las más de las veces los
modernos sacerdotes y constructores han ignorado por completo las referencias litúrgicas
de la antigüedad atinentes a ese lugar en particular. Debemos concluir entonces que es el
sitio geográfico el que posee un “aura” particular, permanente al paso del tiempo, que
polariza las tendencias místicas y religiosas de las generaciones por venir, y que es
amplificado cuando en ese punto se levantan construcciones que respetan determinadas
proporciones sagradas.
Y así como sobre el ser humano podemos dibujar un verdadero “mapa”de v órtices
bioenergéticos, astrales o espirituales, lo mismo podemos hacer sobre la Tierra, ya que
estos v órtices forman verdaderos tramados geométricos sobre la superficie del planeta.
Esto nos demuestra que la aparición de “v órtices” no implica necesariamente una
cumulación de fuerzas negativas. En realidad, es la intencionalidad subyacente lo que
definirá la naturaleza del efecto. Veamos otro ejemplo de lo expuesto.
Ya hemos hecho referencia a la posibilidad de aparición de un “v órtice” en
concentraciones humanas psíquica o espiritualmente orientadas en determinado sentido.
Esta concentración puede remontar el tiempo y subyacer en el Inconsciente Colectivo de la
humanidad, manifestándose esporádicamente, cuando las circunstancias exteriores
movilicen y convoquen las fuerzas que entran en su composición.
La psicología denomina “complejo” al fenómeno consecuente con la aparición de
hechos traumáticos en la vida de un individuo, que al correr de los años aglutina a su
alrededor las vivencias existenciales de ese individuo que posean similar caracterología al
trauma inicial. Ese complejo, habíamos dicho, puede adquirir cierta vida independiente,
transformándose en un “parásito”de la vida mental del sujeto.
A nivel de la psicología colectiva (espacial y temporalmente) también se generan
complejos, cuando las razas y los pueblos sufren “traumas” que quedan fijados en el
Inconsciente Colectivo. Hace algunos miles de años, determinadas circunstancias (nos
extenderíamos innecesariamente detallándolas aqu í ) hicieron que la Ciencia y la Religión
que hasta ese entonces habían formado un solo cuerpo (al punto que los sacerdotes eran
también los científicos) se separaran abruptamente. Hoy todavía estamos sufriendo las
consecuencias de ese hecho, pues muchos de los males del hombre contemporáneo
nacen del divorcio de esas dos esferas imprescindibles en la realización física, mental y
espiritual del hombre.
Lo cierto es que la humanidad no pudo ignorar ese hecho, y algo quedó en sus
substratos subliminales. Lo que llamamos “complejo arquetípico de San Jorge”,
representa esa confrontación trascendental, donde el Dragón (que junto a la Serpiente,
representa el Conocimiento Racional) cae abatido por el Santo, la Religión. Por supuesto,
caben aquí dos consideraciones importantes: primero, tal confrontación es indudablemente
muy anterior a la Edad Media (ambientación figurativa fácilmente observable en estatuillas
y estampas) y si así aparece se debe exclusivamente a la costumbre típica de los
imagineros de ese entonces que ambientaban “en presente” acontecimientos en algunos
casos de la más remota antigüedad, sumada al sincretismo de la existencia histórica de
San Jorge. Buen ejemplo de lo primero son los numerosos óleos existentes con
representaciones del Antiguo y Nuevo Testamento donde los personajes protagónicos
visten a la más pura usanza del siglo XIV.
Segundo, si el Santo aparece venciendo, es porque la versión es litúrgica. Si la
ciencia Ortodoxa, positivista, guardara recuerdo de este hecho, o dedicara parte de sus
afanes y presupuesto a la alegoría, seguramente la versión sería muy distinta.
Por supuesto, el “arquetipo de San Jorge” es sumamente positivo para los fines
rogativos con que es usado por el hombre y la mujer comunes habitualmente. Pero,
¿imaginan ustedes qué sucedería si alguna inteligencia oculta en las penumbras lo usara
para otros fines?. La gente es extremadamente fetichista, y muy fácil sería encolumnar
detrás de esta imagen -símbolo a fan áticos anticiencia.
Observen los efectos que siguieron a la manifestación de otro Arquetipo: el
milenarismo (creencia fundamentalista de que el fin del Mundo ocurrirá en un año
cronológico terminado en tres ceros). A fines del siglo X (se esperaba que todo terminara
en el primer minuto del año 1000) hubo una explosión de santidad, de gestos piadosos, sí .
Es cierto que muchos señores feudales repartían sus bienes entre los siervos (de lo que
seguramente estaban arrepentidos a los pocos meses), que masas humanas hicieron acto
de contrición de sus pecados públicamente (si habrá dado temas de conversación esto
para los años siguientes entre las comadronas) y trataron de vivir en paz y con bondad
esos hipotéticos últimos tiempos. Pero también es cierto que otras masas humanas se
lanzaron a las orgías más desenfrenadas, al pillaje, al asesinato. El conjunto humano era
homogéneo; lo que determinó las diferentes conductas fue qu é voz o inteligencia rectora
los convocaba y exhortaba.
Hoy, aunque nos consideremos más cultos y evolucionados que nuestros
antepasados, el “milenarismo”acecha desde el fondo de nuestras mentes. Se habla y se
escribe mucho sobre el Fin del Mundo. Las conductas –sobre todo las de los más jóvenes–
se van modelando bajo estos signos. Y aunque cualquier adolescente rockero de nuestros
días quizás se sonreirá con sarcasmo si le preguntamos sobre su opinión del Fin, ¿quién
puede refutarme que la conducta que acusan la mayoría de los muy jóvenes hoy en día,
donde libertinaje, drogadicción, cierta música capaz de inutilizar neuronas y, sobre todo,
esa falta de fe en el futuro y de logros a concretar, no son distintas facetas de un mismo
ente?. Reúnan una docena de esos jóvenes y tendrán un “v órtice” más. Estos últimos
deambulan a nuestro alrededor, en el Tiempo y el Espacio, y nadie tiene la seguridad de
escapar a su atracción.
Veamos cómo queda conformado, finalmente, nuestro cuadro:

FORMAS DE ATAQUE O PROBLEMÁTICAS
1) LARVAS ASTRALES
a) OBSESION
b) POSESION
2) PAQUETES DE MEMORIA THANATICOS
a) Enlazado con psíquicos
b) Corporización ectocoloplasmática
c) Simbiosis con larvas astrales
3) GRUPOS ESOTERICOS
a) Satanistas
b) Conocimientos incompletos
c) Efecto de acumulación
d) Violación del libre albedrío
4) TÉCNICAS MENTALES (vampirismo psíquico)
5) VÓRTICES PSICOESPIRITUALES
Algunas consideraciones finales
Analicemos con mayor profundidad el tema del vampirismo psíquico, sus
fundamentos y consecuencias.
La Ciencia parece estar revirtiendo sus viejas posiciones o, cuanto menos, algunos
de sus representantes, y corriendo a aportar pruebas a nuestras tesis. Así , con ayuda de
sensitivos, la psiquiatra Sharika Karagulla, de la Universidad de Nueva York, confirmó la
existencia de diversos campos de energía que se interpenetran, dentro y en derredor del
cuerpo humano. Demostró que algunas personas –especialmente las excesivamente
centradas en sí mismas– se alimentan de los campos energéticos ajenos (lo que nos diría
que una buena forma de precaverse de tales ataques consiste en autoobservarse y
desechar todo lo egoísta que exista en nuestra naturaleza. Bien dice el refrán que “en el
pecado está la penitencia”.
Después de haber leído un libro sobre Edgar Cayce, la doctora Karagulla sintió que
estaba enfrentando un gran desafío. Edgar Cayce es conocido como “el mayor curador de
todos los tiempos”. Poseía el don de hacer diagnósticos precisos, en una especie de
sueño, observando a sus pacientes a centenares de kilómetros de distancia. También
prescribía el medicamento acertado para sus tratamientos.
Este libro sobre Cayce abrió a la doctora Karagulla una puerta para una serie de
encuentros sorprendentes. Inventó nuevos métodos de investigación, hizo experiencias
con sensitivos, personas con dones especiales, capaces de percibir campos de energía
alrededor del cuerpo humano. Jamás trabaj ó con médiums en trance , manteniéndose lejos
de los llamados fen ómenos espiritistas, y alejó de su laboratorio a las personas que usan
sus dones para ganar dinero.
Durante el transcurso de sus investigaciones, la doctora Karagulla se hizo
acreedora de la confianza de muchos sensitivos, entre los cuales se encontraban médicos
y también ejecutivos, físicos, químicos y artistas. Entre sus investigados la doctora
Karagulla concedió gran importancia a un tal “doctor Dan”, conocido como “el médico de
los diagnósticos infalibles”. Este tenía un cierto poder magnético para curar, haciendo
verdaderos milagros con pacientes que habían sufrido de parálisis infantil. Explicaba que
percibía un campo de energía que penetraba el cuerpo del paciente, esparciéndose en
todas direcciones, algunos centímetros fuera del cuerpo. Por supuesto, se trataba de
aquello que esoteristas y parapsicólogos conocemos desde siempre como “aura”humana,
pero el mérito de este aparente “redescubrimiento”es el hecho de que ahora se trataba de
científicos quienes transitaban el camino por nosotros hollado. El doctor Dan primero
examinaba el campo de energía y después el cuerpo físico. En el cuerpo energético veía si
los nódulos nerviosos estaban bien. Si no lo estaban, usaba métodos magn éticos para
curar y podía ver inmediatamente los resultados. Percibía en el campo energético
irregularidades que aún no se habían manifestado en el cuerpo físico, por eso podía
profetizar cuándo y cómo la persona sufriría.
Otra médica, la doctora Alicia, también veía cómo el campo energético penetraba a
trav és del cuerpo físico, desparramándose hacia fuera de éste. Cuando un paciente
entraba en su consultorio, ella sabía exactamente cu ál era su mal, pues sentía los dolores
del paciente en su propio cuerpo.
La doctora Karagulla quedó muy sorprendida por el hecho de que tantos médicos
tuvieran dones paranormales y los usaran para curar a sus pacientes. Sólo que ellos nunca
comentaban con ella sus dones, temiendo ser objeto de crí tica o burlas. Mientras tanto,
estaban entusiasmadísimos con poder conversar sobre el tema con sus colegas de
profesión. Se quedaban tranquilos con el simple hecho de que existieran otros médicos
con los mismos dones.
También hay un gran n úmero de personas en puestos elevados (directores de
empresas, altos funcionarios públicos, etc.) con dones paranormales; la mayoría de las
veces ellas no tienen consciencia de esos poderes. No siempre eran capaces de ver dónde
terminaban las percepciones normales de los sentidos y comenzaban las otras
percepciones nada normales.
La doctora Karagulla llegó a la conclusión de que, según las declaraciones de los
sensitivos, nosotros vivimos y nos movemos en un enorme y complicado océano de
energías. Escribe que ellos hablaban repetidamente de individuos succionadores,
parásitos. La pregunta es, ¿por qu é hacen eso?.
Existen personas que no consiguen robustecer sus energías en el océano de
energías que nos rodea. Buscan sus energías predigeridas en las personas que les
rodean. Los sensitivos observan y describen este proceso. Despu és de muchas
investigaciones en colaboración con psicólogos y psiquiatras, la doctora Karagulla
descubrió que los parásitos son casi siempre personas egocéntricas.
Los sensitivos constatan que los succionadores poseen campos de energía muy
restringidos. Tales personas no son conscientes generalmente de que obtienen sus
energías de los demás. Simplemente se sienten mejor cuando están cerca de personas
vitales. Quien permanece cerca de un succionador durante un cierto tiempo comienza a
sentirse cansado por motivos desconocidos. Muchas veces, la v íctima siente ganas –por
un profundo instinto de supervivencia– de alejarse del succionador. En cuanto est á lejos,
comienza a sentirse mejor, encontrando su comportamiento como algo inexplicable. Y,
muchas veces, la persona vuelve con la intención de –desde allí en adelante– tratar mejor
a su succionador, tolerarlo más, tener más paciencia con él. Y es de nuevo succionada,
para volver a sentirse irritada y comenzar a culparse nuevamente. El individuo no entiende
que aquella irritación y el deseo inexplicable de alejarse del succionador son, en realidad,
el resultado de un grave agotamiento y que su propia naturaleza, viendo el peligro que
corre, lo ayuda a huir.
Cuando el succionador forma parte de la familia o del círculo de amistades, los
problemas son más difíciles de resolver. El ciclo fuga-complejo de culpa-regreso es
repetido centenares de veces por parte de la víctima. Ésta puede consultar a un médico y
explicarle su agotamiento, su irritación cuando la situación se arrastra sin que nadie pueda
hacer nada. El médico no consigue constatar dolencia alguna y no puede, por lo tanto,
hacer nada por su paciente.
Algunos succionadores sacan energía de todos los que le rodean. No siempre la
persona egocéntrica, que quiere todo para sí y exige la atención de los demás, es un
succionador. Puede agotar a los demás por otros motivos. Un parásito es un individuo tan
egocéntrico, cerrado en su propio mundo, aislado, que le falta la capacidad de dejar fluir su
energía hacia el mundo y hacia los otros. Por alguna raz ón no tiene contactos con el
océano de energías a su alrededor.
Uno de los sensitivos describió a una persona de estas características como un
parásito psicológico, que usa energías mentales, emocionales y vitales de otras personas.
Una observación más detallada del problema del succionador mostró que este
fenómeno tiene un efecto decisivo en la energía física. La doctora Karagulla pidió a los
sensitivos que observasen los vórtices de energía (“chakras”) en el cuerpo energético. Se
verificó entonces que la energía succionada salía siempre del lugar donde se encontraba el
v órtice más débil. Un individuo con un v órtice de poca vitalidad en la región del corazón
(chakra cardíaco o plexo solar) pierde energía de ese sitio específico. Una persona que
tenga un vórtice energético a la altura de la garganta (chakra laríngeo) en malas
condiciones perderá energía en ese lugar.
Los succionadores tienen diversos métodos para sacar la energía a los demás.
Algunos usan la voz. Un hombre muy egocéntrico, muy hablador, saca la energía a su
v íctima obligándola a escucharlo. Esta, obligada a escuchar sin parar, se sentirá cada vez
más desanimada, sus campos vitales y hasta los emocionales y mentales se debilitarán,
mostrando un estado general de agotamiento. Y, cuanto más cansada se siente aqu élla,
más difícil le es escapar del parásito. Existen también succionadores que usan los ojos, la
mente, la imposición de las manos.
La doctora Karagulla explica cómo trabaja un succionador. Una mujer llamada
Carrie se quejaba de soledad, de falta de contacto social. Si invitaba amigos a visitarla, la
gente se disculpaba y no aparecía. Quien salía con ella una vez, sistemáticamente
rechazaba invitaciones posteriores. Ella discutió con sus amigos, y preguntó a un
psiquiatra qu é era lo que no funcionaba bien. ¿Porqué las personas no la querían?. Era
una mujer cortés, bien educada, pero muy egocéntrica. En el período en que la doctora
Karagulla y los sensitivos la observaban, uno de sus amigos, junto con su esposa, aceptó
una invitación para una reunión. En grupo sería más f ácil observarla. La esposa de ese
amigo estaba convaleciendo de una grave enfermedad, pero él se encontraba muy bien.
Los dos observadores también estaban bien de salud.
Los invitados llegaron, todos estaban descansados, alegres, bien dispuestos. Pero
al correr del tiempo la mujer convaleciente fue sintiéndose cada vez más deprimida,
cansada y pálida. Los dos sensitivos observadores también hubieron de luchar contra el
vampirismo de Carrie, pero incluso así se sintieron exhaustos. La noche siguió su curso, y
finalmente la joven convaleciente se disculpó, afirmando que se sentía mal: su marido tuvo
que ayudarla a levantarse de la poltrona. El sabía de la experiencia que se estaba llevando
a cabo y, a pesar de que nadie había mencionado el nombre de Carrie, llegó a la
conclusión de que él y su mujer habían sido víctimas de una pérdida de energía.
Quien ya se encuentra en un estado de debilidad se vuelve automáticamente presa
fácil de un succionador. Varias observaciones probaron que Carrie era realmente una
especie de vampiro. Ella no era consciente de su vampirismo, sintiéndose simplemente
alegre y de buen humor después de haber pasado la noche con sus huéspedes. En
cocktails y otras reuniones, ella nunca se relacionaba con los demás invitados. En lugar de
eso, se instalaba confortablemente en un sillón, desde el cual pudiese ver todo lo que
pasaba. Allí permanecía, con una mirada soñadora, buscando, con una calma intensidad,
uno tras otro, a todos los convidados. Con el pasar de las horas se transformaba de una
mujer pálida y desanimada, en una persona vital, con muchos colores, habladora y alegre.
Y así se quedaba en su sill ón, durante horas, sin aproximarse a nadie. Al finalizar la velada
se la veía radiante, vibrante, contando a su anfitriona cómo se había divertido, ¡cómo la
noche había sido maravillosa!. A pesar de tales elogios, rara vez era invitada nuevamente.
Las anfitrionas no gustaban de ella porque Carrie jamás contribuía al éxito de las
reuniones.
Otro caso interesante es el de un paciente que también se convirtió en v íctima de
un succionador. Loraine era una joven llena de vitalidad y energía con una dosis más que
media de entusiasmo. Súbitamente comenzó a sufrir de agotamiento físico, sintiéndose
cada vez más cansada, llegando hasta no poder levantarse más de la cama.
Su médico ordenó la internación en un hospital para observación, pero todos los
exámenes practicados resultaron negativos: no tenía enfermedad alguna. Después de una
semana en el hospital, Loraine comenz ó a recuperarse, reencontrando su vitalidad perdida,
y se le dio el alta. Pero unos meses más tarde estaba de vuelta en el hospital con un
cuadro de agotamiento total. Nuevamente, los ex ámenes (inclusive psiquiátricos) no
revelaron nada.
La doctora Karagulla fue consultada al respecto, y decidió ir a observar a Loraine
en su propia casa durante un largo fin de semana, terminado el cual había llegado a una
conclusión sorprendente, más tarde confirmada por los sensitivos. La doctora Karagulla
también se había sentido agotada durante su estadía en casa de la familia de Loraine. Una
tía, que habitaba en la misma casa y siempre rondaba cerca de la muchacha, era un
succionador. La doctora Karagulla habló francamente con Loraine, sugiriéndole que se
ausentara más seguido de la casa, a fin de recargarse. El caso quedó definitivamente
esclarecido cuando la tía de Loraine realiz ó un viaje a Europa: la muchacha se recuperó
totalmente.
Loraine nada ten ía contra su tía. La doctora Karagulla explicó que su irresistible
necesidad de abandonar la casa era un esfuerzo natural por salvarse.
El sensitivo que observ ó a Loraine y su t ía pudo ver claramente que los campos de
energía de Loraine eran totalmente vaciados por aquélla. Uno de los sensitivos dio una
buena descripción de la actuación del succionador, y otros dos hicieron observaciones
semejantes sin conocerse. Todos ellos vieron una abertura bastante ancha en el campo
vital del succionador, en el plexo solar. De los bordes de esa abertura surgían tent áculos
en forma de ganchos, que se aferraban al campo de energía de quien estuviese cerca. Es
curioso cómo aqu í son confirmadas las declaraciones de investigadores teosofistas
(particularmente Annie Bessant y Charles Leadbeater) siempre ridiculizados por la ciencia
oficial.
Muchas veces el succionador sentía deseos de tocar a la persona, queriendo estar
tan cerca de ella como le fuera posible. Algunas personas quitan la energía a otros
individuos solamente estando cerca de sus v íctimas. Succionadores que chupan a sus
v íctimas a trav és de los ojos o la voz no precisan siquiera esta proximidad.
Todo esto significa que las historias sobre vampiros no son tan insensatas.
Vampiros psíquicos –y ellos no necesitan siquiera ser humanos– succionan la sangre del
alma. Y tal vez esto suceda a una escala mucho mayor de lo que imaginamos. El poder de
poseer a otra persona, succionándola, no se manifiesta solamente en el plano material
sino, también, en el de las energías finas y sutiles, que existen mucho más allá de lo que
los propios sensitivos pueden percibir.
Los fen ómenos y acontecimientos son manifestaciones de impulsos invisibles
operando en el mundo físico y en el mundo espiritual. A trav és de estos impulsos se hace
la Historia y ocurren los cambios. Cuando los hechos ocurren sin que se tenga consciencia
de estos impulsos, el hombre se transforma en un fantoche, un tí tere. No es el hombre
quien usa a las ideas. Son las ideas las que usan a este hombre.
Éstos son nuestros enemigos. Pero, muchas veces y quiz ás sin saberlo, el peor
enemigo que debemos enfrentar duerme dentro de nosotros mismos. Ciertos impulsos
autodestructivos, de autosabotaje, crean las condiciones propicias para que esas
agresiones se filtren en nuestro interior, perjudicándonos en las distintas formas que
hemos visto. El descreimiento y el escepticismo también son formas adecuadas de
boicotearnos, pues aquel que no cree en estas cuestiones (como si se tratara de una
simple cuestión de fe, y no de necesaria información, observación y experimentación)
obviamente nunca admitirá ser víctima de tales ataques, y adjudicará la causa de sus
males y problemas a supuestas explicaciones autogratificantes de diversa índole que no
harán más que confundirlo, alejándole de la realidad. Es el mismo caso del enfermo
psicótico, a decir de los especialistas. El psicótico puede ser definido como el individuo que
no es consciente de su enfermedad, a veces con tendencia a creer que los locos son todos
los demás, a diferencia, por ejemplo, del neurótico (una buena parte de nuestros
contemporáneos) que es aquél que sí tiene consciencia de sus problemas y trata de hacer
algo para solucionarlos. Se dice que el psicótico es incurable, y esto es lógico: si él no
admite estar enfermo, tampoco admitirá someterse a tratamiento, que es lo mismo que
decir que no quiere curarse. Y no se curará. Esto es lo que ocurre cuando un escéptico es
atacado psíquica o astralmente.
La inseguridad en nuestra propia capacidad es otro obstáculo. Si ustedes van a
combatir pensando en la posibilidad de perder, en realidad ya están vencidos. Un buen
ejemplo ocurrió hace unos años cuando un amigo mío a quien, por razones personales,
sólo llamaré por su nombre de pila, Rafael. Pero tal vez algunos de mis lectores deduzcan
a quién me refiero, pues supo ser un esoterista bastante respetado en nuestro medio.
Buen astrólogo y profundo estudioso del I Ching, poco despu és de cumplir treinta y tres
años enfermó gravemente. El diagn óstico fue terminante: de alguna forma, a una profunda
“depresión psicológica” le había seguido, por una extraña degeneración metabólica, una
forma poco común de leucemia.
Se ensayaron –ésa es la palabra exacta– distintos métodos terapéuticos alopáticos,
pero sin éxito alguno. Confinado a su cama de hospital, cierto día le visité junto a un
compañero de estudios e investigaciones. Me reservo el contenido de la conversación que
mantuvimos con él ese día, pero la idea fundamental podría sintetizarse en unas palabras
que dije: “vos sabés que no hay cura convencional para tu enfermedad. Pero, porque
buceamos juntos en los Arcanos, también sabés que hay otras formas de curarte”. Pero
Rafael tuvo miedo. Dudó de sus conocimientos. Quizo confiar en la última posibilidad de
los médicos de sala. Olvidó a la Gaya Ciencia, a la curación ocultista, al poder de la fe y la
mente. Volvió su atención a la medicina ortodoxa, y a los psiquiatras ortodoxos que
trataban de explicarle –y explicarse– el porqué de su permanente depresión, tan resistente
a los químicos neurológicos. Murió dos semanas más tarde.
Finalmente, recuerden que nosotros podemos, por extraña simbiosis, estar
alimentando a diversos entes de planos inferiores, o crear verdaderas ideas forma que
adquieren independencia psíquica, subsistiendo a expensas de nuestras energías.
¿EXISTEN LOS “HECHIZOS” Y “MALEFICIOS”?
Resulta tragicómico observar que colegas parapsicólogos de la más variopinta
extracción, generalmente de posiciones encontradas en cuanto a su apreciación sobre
aspectos si se quiere generales de estas disciplinas, parecen reaccionar comúnmente
cuando, en cualquier conferencia o reunión de interesados, alguien del público hace la
pregunta “maldita”: ¿Existe el “daño”?.
Y al hablar de daño, uno no puede dejar de pensar en los innumerables sinónimos
con que se le conoce: hechizo, maleficio, brujería, “payé”, “gualicho”, trabajo,
atadura, mal... Todos t érminos populares que podríamos reducir en el de “ataque
psíquico”, definible como la posibilidad de que –consciente (ya sea a través de un
“ritual”o técnica específica) o inconscientemente y movilizando energías psíquicas– se
ocasione perturbaciones de cualquier índole (físicas, psíquicas, espirituales,
emocionales, sociales, afectivas, económicas) a un individuo o grupo de individuos.
Ciertamente, en la actualidad puede parecer poco “serio” hablar de “agresiones
psíquicas”. Empero, un simple –y terrible– razonamiento nos llevará a advertir que la
cuestión no es tan sencilla de refutar y que puede fundamentarse científicamente.
Hoy en día, nadie niega en los ámbitos académicos vinculados a la Parapsicología
la concreta existencia de dos específicos fen ómenos paranormales: la telekinesia y la
telepatía.
De la primera, recordemos que se define como “el movimiento de objetos
inanimados por acción de la mente”. La telekinesia tiene, además, dos aspectos
particulares: uno conocido como psicokinesis (en los diccionarios figura como “acción de
la psiquis sobre sistemas físicos en evolución” y, para que esto sea más entendible,
citemos como ejemplos de psicokinesis: alterar la disposición con que cae un grupo de
dados sobre una mesa, o aquella situación que cualquiera puede experimentar en casa, de
tomar dos plantas iguales y dedicar diez minutos diarios de atención y afecto a una, pero
ignorar a la otra, observ ándose al cabo de un par de semanas que la primera se
desarrollará algo así como un sesenta por ciento más que la “abandonada”), y otro como
hiloclastia (rotura paranormal de objetos: un foco de luz que estalla acompañando el
estallido de ira –o su represión– de un adolescente). Estadística y experimentalmente,
todos estos fen ómenos son parte del “hábeas”académico respetado hoy en día.
Ahora bien. Supongamos que una persona idónea en psicokinesis (voluntaria o
involuntariamente, consciente o inconscientemente), así como provoca artificialmente una
multiplicación en el crecimiento de una planta, puede provocar una multiplicación, anormal
y descontrolada, en el tejido celular de un órgano específico, ¿no estaríamos en presencia
de un carcinoma, una forma de cáncer, al que eufemísticamente podemos con toda
corrección denominar como un “crecimiento anormal y descontrolado de células”?.
¿Y qué ocurriría si, contando con motivos para dirigir su odio, descargara esa
energía “hiloclásticamente”sobre el cerebro de otra persona, provocando la rotura de una
arteria?. ¿No moriría la misma por ese aneurisma?.
Y en el campo del “daño”sembrado voluntariamente, la repetición de un ritual (sea
éste ocultista, una maldición gitana, o una oración pseudo-religiosa, en fin, cualquier
intención mental cuantitativa y cualitativamente fuerte y sostenida), ¿no podría llevar a que
una pulsión negativa sea “sembrada” en el área mental de otro individuo, impulsándolo a
acciones erróneas?. Pongamos un ejemplo: si yo pienso repetida e intensamente en que
“X se pelee con Z”, la emoción transferida (“odio a Z”) puede, telepáticamente, “ensuciar”
los verdaderos sentimientos y pensamientos de “X ” quien, al encontrarse con “Z”, y al
sentir odio dentro de sí contra éste puede peligrosamente interpretar que ese odio
es real, propio, justificado, y en consecuencia llevarlo al conflicto.
En resumen, si un individuo puede mover telekinéticamente un objeto,
destruirlo o alterarlo en su naturaleza o comportamiento, también puede intervenir
en el metabolismo de otro sujeto, alterándolo (perturbándolo así físicamente) o bien,
por acción telepática, distorsionar su percepción de la realidad (endógena y
exógena), desequilibrándolo en las demás áreas. Y convengamos en algo: reconocer la
realidad de la telepatía, la telekinesis y sus variantes y empecinarse en no aplicar sus
eventuales consecuencias sobre la vida humana como sustrato fenomenológico de los
“hechizos”, responde más a personales prejuicios o anteojeras intelectuales que a una
imposibilidad material.
Esas técnicas agresivas dependen más de la intensidad con que son ejecutadas
(por ser las emociones no solamente el factor primitivo de la psiquis más poderoso sino
también movilizadores naturales de poderosas fuerzas energéticas) que de lo ritualístico o
litúrgico en sí: un “brujo” que clave agujas en serie en una cadena de mu ñecos tendrá,
seguramente, menos éxito que aquél que, tal vez haciéndolo por primera vez, concentra
toda su atención para no incurrir en errores y con ello, no sólo sus emociones, sino
también su potenciallidad parapsicológica. Siguiendo esta corriente de pensamiento, hasta
la simple, dominante y cotidiana “envidia”es una forma velada de ataque psíquico.
En consecuencia, todas las técnicas defensivas deberán acusar la misma
correspondencia: no solamente repetir la técnica en sí (como enseñamos en nuestros
cursos sobre “Autodefensa Psíquica”) sino poner en la misma toda la “fuerza interior”
posible. Sintéticamente diremos que, siempre, la mejor defensa mental ser á lo que en
Control Mental Oriental se denomina densificación del pensamiento. Y una buena dosis
de sensatez: despu és de todo, no son brujas todas (o todos) los que dicen serlo.

LOS ARQUETIPOS PROTECTORES
Los ejemplos dados hasta aqu í nos han permitido ilustrar nuestra convicción de que
esos “otros planos” de vibración de los cuales da abundantes referencias todo el
Ocultismo, puede congeniar con la moderna teoría de los “universos paralelos”. Ya
señalamos que el concepto de “otras dimensiones” adquiere verosimilitud si entendemos
que dimensión es una palabra que hace referencia a un concepto de medida (alto, ancho,
largo y tiempo, en el Universo físico que conocemos) y que la medida de la frecuencia en
que vibra atómicamente una determinada materia también implica un cambio de
“dimensión”. Si un ser, un planeta o un Universo todo vibrara a una frecuencia distinta de la
del que conocemos, no sólo no sería perceptible por nuestros sentidos o nuestros aparatos
(que sólo registran aquello para lo que fueron diseñados, es decir, lo que para la
mentalidad del inventor puede entenderse como Realidad), sino que coexistiría con el
Cosmos que conocemos, interpenetrándolo, sin afectarse mutuamente en absoluto.
Se comprenderá asimismo que es sólo una cuestión de causalidad dimensional (es
decir, de circunstancias espacio-temporales) que la irrupción del ente se haga ante
nosotros (visualizaciones) o en nosotros (posesiones). Como cualquier estudiante de
electrónica sabe, la multiplicación de dos frecuencias de distinta amplitud o longitud de
onda genera un tercer tipo de onda producto de las dos primeras (donde la suma de los
efectos es igual a la suma de las causas). En nuestro caso, la superposición de la
conducta de la víctima humana con la del ente astral (aunque éste no sea necesariamente
agresivo) genera una tercera conducta, atípica y visible, que es la que nos causa alarma.
Pero no necesariamente todos esos seres son perjudiciales en sus
manifestaciones. Existe un buen número de ellos cuyas acciones pueden beneficiarnos, y
en el aprovechamiento de los mismos se basan algunos de nuestros mecanismos de
protección. En este sentido, atiéndase que una vez que se ha descubierto cuál es la
naturaleza de la agresión (ya sea por las descripciones de los mismos que hemos dado en
la primera parte, como por observación directa o algunos de los métodos de detección que
daremos en ésta) es fácil advertir cuál es el área (o las áreas) de nuestra vida
(personalidad, actividad social o material, afectiva, etc.) que será inmediatamente
susceptible al perjuicio de ese ataque para, a partir de allí, seleccionar el Arquetipo
Protector que hemos de invocar en nuestra defensa.
En líneas generales, y para ir entrando en materia, diremos que la identificación es
el blanco seleccionado; el arquetipo protector el arma por la que optamos; los símbolos
arquetípicos, la munición elegida y el ritual (mental o material) el propulsante que llevará el
proyectil al blanco.
A nuestro lado, si tomamos las debidas precauciones, habrá siempre un instructor
de tiro: algún miembro de la policía oculta o policía astral. Y por si se generaliza un tiroteo
entre ambos bandos, debemos llevar puesto un chaleco antibalas: la campana protectora.
Debemos recordar también que si nuestro enemigo es suficientemente hábil puede
aprovecharse del “efecto boomerang”de todas nuestras acciones, hiriéndonos con nuestra
propia arma.
Por supuesto, debemos tener muy en claro qué es lo que nosotros vamos a
aprovechar como resultado de nuestras “invocaciones”. No se trata, precisamente, de que
aquello llamado descienda a nuestro plano o se haga de alguna forma presente; sino que
cristalizaremos momentáneamente en nosotros algunos de los elementos que forman parte
de ese Arquetipo, correspondencia macrocósmica de un elemento que, ya presente
microcósmicamente en nuestro inconsciente, reaccionará por esa misma correspondencia.
Así que repasemos algunos conceptos.
Jung, principal discípulo de Freud y fundador de la corriente psicologista que lleva
su nombre, afirmaba que podemos dividir nuestra esfera psíquica (para su mejor
comprensión) en estratos, reconociendo los siguientes:
En primer lugar, nuestro consciente. Es el yo soy, yo quiero, yo puedo, el aquí y
ahora de nuestra volición. Por debajo de él encontramos al inconsciente, que es en
realidad el “gigante dormido”de nuestra mente. Entre ellos como una tenue l ínea divisoria,
yace el preconsciente. Jung empleaba en este caso la imagen de un iceberg donde la
“montaña” de hielo que divisamos por sobre el agua es el consciente, el monstruo
sumergido, el inconsciente, y esa franja ambigua, que por momentos emerge y por
momentos se sumerge, el preconsciente.
El preconsciente define a ese estado de somnolencia inmediatamente antes de
dormirnos o inmediatamente después de despertarnos. En el preconsciente se produce el
fenómeno conocido como “déjà vu”(en francés, “ya visto”) que es cuando, por ejemplo, al
llegar a un determinado lugar, entrar en una habitación o vivir una situación específica,
creemos o nos parece que lo hemos visto o vivido con anterioridad. Esto, que ha sido un
campo fértil para las especulaciones baratas del espiritismo, donde prende fácilmente la
suposición de una reencarnación u otras creencias, tiene una sencilla explicación
neurológica.
Supongamos que tratamos el caso de, por ejemplo, entrar en una vivienda y tener
la sensación de que ya la conocíamos. Se trata, aquí, de información que ingresa
visualmente y que luego de recorrer un intrincado camino neurológico, pero que podemos
esquematizar como dos conductos de alimentación, llega al cerebro. Para que nuestra
consciencia tome consciencia (valga la redundancia) de esa información, ésta debe
“inundar”ambos hemisferios simultáneamente.
Pero puede ocurrir que, disfunción mediante, la información que ingresa por uno de
los conductos sufra un “retraso”, verbigracia, debido a una interrupción en las conexiones
dendríticas de las neuronas (células nerviosas por cuyas prolongaciones –axones– y
filamentos al extremo de los mismos –dendritas– se transmite la información). Así, lo
visualizado llegará antes a un hemisferio que a otro. Entonces, cuando ingresa en el
restante, la mente, al elaborar lo que debería ser la “toma de consciencia” (el “darse
cuenta”), descubre que hay información previa en parte del cerebro, y lo elabora como
“recuerdo”. Un recuerdo que sólo tendrá una milésima de segundo de antigüedad, pero
recuerdo al fin, en lo que respecta a las funciones psíquicas.
Algunos parapsicólogos un tanto desinformados aseguran que estos fenómenos de
“déjà vu” son premoniciones, definibles como “clarividencia hacia el futuro” (si por
“clarividencia” definimos el fenómeno mediante el cual accedemos a información o
conocimientos por v ías no directas y/o sensoriales). Pero la marcada diferencia entre
premonición y “déjà vu” es que en el primer caso, antes del hecho sabemos lo que
después va a ocurrir, mientras que en el segundo, después que ocurrió (o mientras lo está
haciendo) creemos que lo sabíamos desde antes.
Pero volvamos a nuestra clasificación de estratos psíquicos. Jung demostró que en
realidad anidan en nosotros dos inconscientes: por un lado, el personal o individual, que es
el que define las particularidades tipológicas (carácter y temperamento) de cada uno de
nosotros. Es el que nos hace diferentes, unos de otros. Pero, por otra parte, tenemos un
inconsciente colectivo o, mejor aún, una parte de él, que compartimos con toda la
humanidad. Como escribiéramos, una gran mente mundial, un gigantesco cerebro
conformado por inn úmeras células independientes. Cada uno de nosotros somos una de
esas células. Esa mente omnipresente está en todos nosotros.
¿Y cómo sabemos de ella?. Sencillo. Todos los seres humanos somos diferentes
por acción de nuestros inconscientes individuales. Pero, también, todos tenemos
características comunes por nuestro inconsciente colectivo. Es decir, que en todos se
repiten determinados procesos o elementos. Ellos son los llamados arquetipos. Estos
integran algo así como una célula de identificación de nuestro inconsciente colectivo. Son
rótulos de identificación de todos los seres humanos.
Existen numerosos arquetipos, y ya hemos enumerado varios de ellos, que fueron,
respectivamente, el arquetipo del Viejo Sabio, el de la Gran Madre, el Temor a la
Oscuridad, el temor a lo Desconocido, el Impulso Sexual, la Necesidad de Poder, la
Necesidad Mágica (o Religiosa) y también podemos considerar los mandalas.
“Mandala” es una palabra sánscrita que significa “círculo”. Podemos distinguir dos
tipos de mandalas: los “materiales”u objetivos, y los “psíquicos”o subjetivos.
Los primeros asumen la forma de un cuadro o relieve, tallado sobre cualquier
material y pintado de brillantes colores, que es usado por los meditantes orientales como
objeto de concentración. Es generalmente circular, concéntrico, y despierta en el individuo
estados alterados de consciencia, tras una prolongada observación acompañada de
ejercicios respiratorios adecuados. Su compleja elaboración actúa como un elemento
inductor de estados semihipnóticos que responden a...
... mandalas psíquicos, imágenes oníricas que se manifiestan como círculos luminosos o
llameantes de color verde, celeste o turquesa, giratorios y que traducen necesidades
inconscientes. Son como un llamado de atención de nuestra psiquis exigiéndonos
equilibrio, equilibrio y armon ía que se puede alcanzar a través de la meditación con
mandalas.
Observen que, en las disciplinas de Control Mental Oriental, la imagen fosfénica
productora de estados “alfa”, es decir, de estados de equilibrio y armonía, es un círculo
brillante, verde, celeste o turquesa, brillante, giratoria... o sea, un mandala. Ello hace que
sea precisamente la imagen con estas características la que señale el paso a “alfa”y no
cualquier otra, un triángulo, una línea o un paralelepípedo.
Los escépticos pueden desconfiar de la realidad objetiva de los grandes Arquetipos
Protectores, así como sus adaptaciones culturales (arcángeles, ángeles, santos,
kosmokratores, etc.), y seguramente explicarán tanto su presencia en el inconsciente
individual de cada sujeto así como en el sustrato cultural de un pueblo en base a
argumentos psicologistas convencionales. Pero en este terreno, como en el de toda
religiosidad, debemos andarnos con cuidado.
El sentimiento religioso tiene una génesis muy particular: Jung, por ejemplo, acepta
inicialmente el punto de vista de Freud sobre el origen del sentimiento religioso: las
representaciones de la divinidad tienen sus orígenes en la imagen del padre, que dotada
de una fuerza extraordinaria influye desde el inicio de la vida psíquica del niño hasta su
represión en el inconsciente al sucumbir el complejo de Edipo. Como consecuencia de la
pérdida de la figura paterna, las virtudes se desplazan a la idea de un Dios Todopoderoso,
y los defectos a la idea del Diablo. Pero, ¿cómo encauza el niño esta energía?. ¿Cómo se
forma la imagen de Dios?. Jung considera que el padre, singularmente considerado, no
basta para explicar esa imagen, sino que es mucho más importante para ello el esquema
inconsciente que la constituye. Detrás de los recuerdos sumergidos en los acontecimientos
de la vida individual, hay un patrimonio de la especie que se manifiesta en imágenes
arquetípicas. De esta manera, para Jung, se abre el camino para la concepción de Dios, no
ya como sustituto del padre, sino por el contrario, es el padre físico el primer sustituto que
el niño encuentra de Dios.
Como ya hemos visto, y basado en estas investigaciones, Jung concluye que el
hombre posee una “función religiosa natural”, necesaria e inevitable expresión del
dinamismo psíquico, cuya función es dar expresión consciente a los arquetipos.
Los arquetipos aparecen de manera particularmente apremiante en la religiosidad.
Por lo tanto, la religiosidad es una actividad psíquica normal y hasta tiene un cometido
equilibrador indispensable. La neurosis estaría vinculada a un debilitamiento o a una
expresión unilateral o tergiversada de ella. Jung insiste en que la salud psíquica y la
estabilidad del ser humano dependen de la correcta expresión de la función religiosa
natural del hombre, y establece una interesante relación entre salud psicológica y
verdadera religiosidad.
Debemos entender entonces que la relación que durante la “invocación”
establecemos con un ente es sincrética; recordemos que fue Jung quien estableció la
existencia de un “principio de sincronicidad”; es decir, la existencia de hechos simultáneos
en esencia en puntos distintos del espacio-tiempo. Así, la telepatía se explicaría como dos
hechos psicológicos idénticos sin relación causal directa que se hacen presentes
simultáneamente en dos mentes. Y una premonición o precognición (percepción de un
hecho futuro) sería el hecho práctico en sí que ocurre (ocurrirá) en un tiempo futuro, y su
reflejo degradado ocupa el aqu í temporal en nuestra mente.
En síntesis, el resultado de las invocaciones no hará descender al ente convocado,
sino que producirá en nosotros las cualidades distintivas del mismo que, en este caso,
serán los Arquetipos Protectores dormidos en el inconsciente colectivo de la Humanidad.
Las descripciones que daremos a continuación deberán ser adecuadamente memorizadas
para el ritual subsiguiente.
LA POLICÍA OCULTA
Diversos ocultistas, entre ellos especialmente Dion Fortune, se refieren numerosas
veces a este “cuerpo de seguridad” astral. Esto engloba la multitud de casos en que un
estudiante de esoterismo, ante una situación límite o de peligro, recibe la respuesta a sus
interrogantes en forma de voces que susurran a su oído la respuesta (“clariaudiencia”), o
en forma de figura estilizada, emanando firmeza y tranquilidad, en sueños o durante la
meditación. Pero lo que más nos ha llamado la atención, y lo que nos evidencia que no se
trata de entes que actúen solitariamente, es que muchas logias ocultistas con distintos
niveles de entrenamiento saben de su existencia o, en planos más avanzados de
evolución, entran en contacto periódico con ella para apoyar sus fines que parecen ser los
de impedir un avance de la Goética (vulgarmente, “magia negra”) en el mundo, y evitar que
entes astrales inferiores sigan perjudicando a los seres humanos.
Pero otra cosa que resulta distintiva es una especie de “emblema” que parece
advertir su aparición. Efectivamente, cuando estamos sumidos en profunda meditación
sobre nuestras angustias o problemas, es posible que aparezca como un relámpago la
visión de un triángulo equilátero rojo inscripto en un círculo plateado: el símbolo de la
Policía Oculta. Pero también podemos valernos de una técnica sumamente útil: si
meditamos profundamente sobre ese símbolo cuando los problemas nos agobian, es
posible que la Policía Oculta o Policía Astral se haga presente, ya sea en la forma de una
respuesta susurrada o bien ocurriendo que los hechos comienzan a concatenarse de las
formas más insólitas e inesperadas y los caminos se abren positivamente.
Este tema de la Policía Oculta es realmente fascinante y por cierto dudaríamos de
su realidad si no fuera que los testimonios de terceros y la experiencia personal
demuestran lo contrario. Es creíble, como afirman algunos autores, que este cuerpo se
encuentre estrechamente vinculado a la Hermandad Blanca, y se afirma que la hoy
desaparecida FUDOSI (Federación Universal de Órdenes y Sociedades Iniciáticas,
institución que desde mediados del siglo pasado a idéntica altura del presente nucleó con
proyectos comunes a las más fuertes organizaciones esotéricas de ese entonces) era una
corporación que en el mundo visible llevaba a cabo las directivas de la Policía Oculta.
Además de concentrarnos en el símbolo ya mencionado, recomendamos efectuar
las sesiones de meditación a la luz de una vela blanca y con el uso de incienso en grano
en cantidad tal que nos permita saturar la habitación con su fragancia. Debemos
concentrarnos sólo en el símbolo ya descripto, no siendo necesario formular preguntas o
elevar ruegos, ya que nuestras necesidades, permanentemente presentes en nuestro
inconsciente, teñirán nuestro aura con colores tan particulares, afectando incluso la forma
del mismo, que aquélla, a manera de un mensaje simbólico, ha de hablar por sí misma
Algunos síntomas indicativos de que estamos siendo objeto de violencia psíquica
de origen sectario (esto es, cuando el origen del ataque reside en las artimañas más o
menos mágicas o sencillamente psíquicas de un eventual enemigo) son, por ejemplo, la
aparición repetida, en forma de fugaz pero contundente visión, del rostro de alguna
persona conocida sobre un fondo negro o rojo, especialmente si tales imágenes fluyen en
los momentos previos al sueño o apenas despertamos, es decir, en el estado psicológico
conocido como estado hipnagógico y estado hipnopómpico, ambos propios del
preconsciente, cuando el natural, espontáneo incremento en la producción de ritmos alfa
por nuestro cerebro nos sensibiliza particularmente para este tipo de percepciones. Y, que
duda cabe, tal certeza estará particularmente afirmada
si tal aparición (sobre todo si tenemos motivos para sospechar de tal persona) se sucede
durante varias noches. El rostro de nuestro oponente aparecerá aun cuando hubiera
“encargado” el trabajo a terceros pues, en última instancia y a los fines esotéricos, él
mismo ha sido el impulso inicial que llevó a la gestación del acto, a los fines de sus
consecuencias y, por extensión, a los fines kármicos.
Las larvas astrales suelen dejar huellas físicas de sus ataques en una incipiente
taquicardia, gran agotamiento al despertar y pequeñas heridas punzantes y sangrantes
que, extrañamente, desaparecen a los pocos días y a veces simplemente en horas
después de manifestarse.
Los PMT, además de ser en ocasiones nebulosamente observables por personas
particularmente sensitivas o incipientes clarividentes, nos señalan característicamente su
presencia cuando las personas afectadas se muestran renuentes a dormir, y en ocasiones
expresan hasta pánico de hacerlo.
Otros buenos métodos de comprobación en cuanto a la existencia de un ataque,
son: (a) encendido de sahumerios, conos defumadores y carbones inciensarios con
incienso en grano y mirra (especialmente este último sistema): si se observa una marcada
dificultad en la combustión de los mismos (desechándose toda explicación convencional
como humedad en los elementos), especialmente en horas astrológicas de Saturno. Por el
contrario, si su combustión es excesivamente veloz, o si bien los carbones literalmente
estallan (llegando a dispersarse en distintas direcciones) podremos sospechar estar en
presencia de un vórtice.
Percibir olores nauseabundos sin razón aparente es otra importante señal, siempre
y cuando este olor sea sentido por más de una persona presente; cuando lo percibe una
sola, si esto se repite, como el olor de plástico quemado, puede ser indicio de afecciones
cerebrales. Estos olores, muy semejantes a los de carne o flores en descomposición,
tienen que repetirse diariamente pero no durar en su manifestación menos de diez minutos
ni mucho más de treinta, corridos, para ser tomados en cuenta como indicativos.
También en casos extremos, pueden aparecer extrañas manchas de suciedad (y a
veces de barro o por lo menos, algo que se le parece mucho) en pisos, paredes y
cielorrasos, quizás algún tipo de exudación ectoplasmática, pudiendo afectar forma de
huellas de animales. En estos casos, su manifestación es permanente, y sólo cede a
insistentes lavados.
PREPARACIÓN PARA LA DEFENSA.
Cuando somos conscientes de ser v íctimas de un ataque psíquico y procedemos a
defendernos, o si bien dicha protección hemos de ejercerla sobre otra persona que carece
de nuestras técnicas, hemos de asegurarnos primero de que todos los recaudos que
conllevan a feliz término nuestro trabajo han sido tomados; en estas lides, la improvisación
es casi un suicidio.
Para ello, y con veinticuatro horas de antelación, conviene comenzar cierta
depuración consistente sólo en la ingestión, en cantidades moderadas, de arroz integral y
agua mineral como único alimento. En este último caso, se hace uso del agua mineral
“ionizada” (es decir, la proveniente de manantiales subterráneos con alto porcentaje de
sales e iones, o sea, altamente acumulativa de energías) en lugar de la que se obtiene de
vertientes montañosas. En líneas generales, abundan más en el mercado las del primer
tipo y por añadidura son más económicas.
Todo esto es a efectos de depurar al máximo nuestro organismo para eliminar todo
tipo de toxinas que alteren nuestro equilibrio físico, ya que, por aquél axioma de la
Parapsicología que dice que “cualquier fenómeno que se produzca en uno de los tres
campos del individuo (f ísico, psíquico y energético) producirá efectos semejantes en los
otros dos”, ocasionaría perturbaciones energéticas que son más que inconvenientes a la
hora de presentar batalla.
Una vez ubicados (conviene hacerlo en un lugar tranquilo, con una ventana abierta
frente a nosotros, de ser posible y mirando al Este) procederemos a encender la vela
blanca (situada frente a nosotros) y tres carbones inciensarios con incienso, a nuestra
izquierda, derecha y atrás, respectivamente. El encendido lo haremos en el sentido de giro
de las agujas del reloj, es decir, dando fuego primero al de la izquierda, luego al de la
derecha y finalmente al que se encuentra detrás nuestro.
Antes de proseguir, dejemos adecuadamente aclarado que para efectuar estas
operaciones hemos seleccionado correctamente el día y la hora para hacerlo. Si bien estas
técnicas, efectuadas en cualquier momento, igualmente tienen su valor, debe entenderse
que aprovechar la aspectación astrológica adecuada potenciará al máximo sus efectos.
Así, cada día de la semana está regido por las vibraciones de un determinado
cuerpo astronómico, cuyos efectos se dejarán sentir más sensiblemente sobre las
siguientes áreas:

Domingo Sol Problemas físicos, desaparición de dinero, errores
sociales.
Lunes Luna Cuestiones y problemas mentales o intelectuales.
Martes Marte Falta de vitalidad y energía. Ira, violencia injustificada.
Problemas laborales.
Miércoles Mercurio Asuntos comerciales y jurídicos.
Jueves Júpiter Dificultades de todo tipo.
Viernes Venus Cuestiones sentimentales.
Sábado Saturno Ciencias ocultas.
(Quede claro que aqu í analizamos la correspondencia entre cada astro y el área problem ática del
individuo, dada la naturaleza de este trabajo. Incidentalmente, debe señalarse que el efecto de cada
uno de ellos sobre la naturaleza humana, fuera del marco de una agresi ón psíquica y con el planeta
bien aspectado será, por el contrario, absolutamente positiva sobre ese í tem de la vida del sujeto.)
Y así, las horas de un mismo día regido por los planetas, tomadas desde la salida del Sol a la
puesta, perí odo que dividido en 12 lapsos iguales llamaremos “Horas Planetarias Diurnas”, y el lapso
que media entre la puesta y la salida del dí a siguiente, que nuevamente dividido en 12 períodos
iguales llamaremos “Horas Planetarias Nocturnas”. Estas “horas”, lógicamente, no serán de sesenta
minutos, y variarán de acuerdo a la época del año que son calculadas y la latitud geográfica:

Para las horas Planetarias Nocturnas, el período de 12 de las mismas no comienza
nuevamente con el planeta correspondiente a cada día, sino continúa con el que sigue en
la secuencia natural SOL / VENUS / MERCURIO / LUNA / SATURNO / JÚPITER / MARTE
En cuanto a la vestimenta, si bien no hay mayores objeciones en usar cualquiera,
debe optarse preferentemente por aquella recién lavada o aún sin estrenar. Usar la misma
que traemos de la calle puede implicar que al estar ésta impregnada por las remanencias
energéticas de otros transeúntes, las mismas influyan desfavorablemente en nuestro
trabajo. Personalmente, recomiendo hacerlo con ropa de algodón o lino en las condiciones
descriptas, o bien desnudo.
La elección de los sahumerios es importante, ya sean estos en forma de conos
defumadores, palillos o en polvo. Las fragancias deberán ser acordes a la modalidad de
trabajo, de acuerdo al Arquetipo Protector seleccionado, como veremos más adelante.
Si estas tareas las efectuamos en horas diurnas, también bastará que nos
iluminemos con la luz del sol, directa o indirecta. Si es de noche, velas blancas o de
colores suaves, pues se las considera como concentradoras y potenciadoras del trabajo
mental que hemos de desarrollar. Personalmente, he obtenido igualmente excelentes
resultados iluminándome con una lamparilla eléctrica y el resto de la habitación en
penumbras, y considero que el valor ritualístico de la vela pasa más por el aura de m ístico
recogimiento que evoca en función de su uso y correspondencia religiosa, más que en las
propiedades intrínsecas de la misma (excepto en el caso en que entran en juego en su
fabricación sustancias, combinaciones y aspectaciones específicas, pero la complejidad de
ese capítulo de la ceromancia escaparía a los alcances de este trabajo y de las
necesidades de mis lectores). No olvidemos que el combate mental exige no sólo el
empleo de velas en tanto y en cuanto entendamos que su efectividad no reside en la vela
en sí (si es que hablamos de las fabricadas industrialmente) sino en su correspondencia
simbólica con nuestro inconsciente.
Si el lector prefiere el empleo de bombillas eléctricas, entonces, sí, puede resultarle
útil seleccionar el color de las mismas. A esto lo llamamos cromoarmonización (o
armonización mediante los colores) y, junto con la cromoterapia (o curación por los
colores) forma la disciplina conocida como Cromodinámica.
Estudiaremos entonces el efecto psicológico de cada color, como refuerzo a la
autodefensa Mental, debiendo quedar bien en claro el concepto de que no se trata del
color como pigmentación visible la que ejerce su efecto sobre nosotros, sino la particular
vibración emitida por el mismo que, para este caso, equilibrará nuestro campo
bioenergético o bioplasmático, armonizándolo, al entrar en resonancia el frente de onda de
ese determinado color con el correspondiente al chakra afectado (inarmónico).

COLOR EFECTO
ROJO Vitalizante, energetizante. Indicado para cuadros depresivos.
AZUL Sedante. Tranquilizante.
VIOLETA Armoniza nuestro ser espiritual. Refuerza el astral. Amplifica las
facultades psi.
AMARILLO Incrementa nuestro intelecto, profundidad de análisis, velocidad de
reacción.
VERDE Aumento de autoconfianza

En todos los casos se debe emplear lamparillas de filamentos y nunca tubos
fluorescentes, ya que en este último caso, como la luminosidad es producida por la
activación de los gases contenidos en su interior, genera una descarga de frecuencias
particularmente desasosegadoras para el ser humano. Obsérvese, en ese sentido, que
toda persona que pase como mínimo ocho horas diarias durante años desenvolviéndose
bajo tubos fluorescentes acusará, especialmente en la faz mental y cotidianamente,
depresiones, obnubilaciones, fatiga intelectual, somnolencia inusitada, desgano, recelo
hacia los compañeros de trabajo, etc.



Extraido de http://www.alfilodelarealidad.com.ar/

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